La mitomanía es la causa de muchas verdades que no son ciertas. La avidez instintiva es el primer signo del desvelo de la inteligencia oculta. El ego hinchado de muchas personas, mundialmente conocidas por ver su foto en un poste del tendido eléctrico, o la ilusión de que en la comunidad se sepa que son capaces de adquirir un voto a su favor porque, a pesar de su corta o larga experiencia, se consideran competitivos ante sus coterráneos.
Sin embargo, la principal sabiduría no es el profundo conocimiento de las cosas remotas, desusadas, oscuras y sutiles, sino el de aquellas personas que, en la vida cotidiana, están ante nuestros ojos. Una juventud que ha hecho del “nini” el ser humano que ni estudia ni trabaja, pero que puede recibir un buen salario a base de “hablar bien” y de cautivar votos para otros: política criolla y, en estos momentos, política mundialista.
Estos “nini” son utilizados como marionetas para imitar lo que no se debe: la deshonestidad. La humanidad es un vasto y poderoso ejército compuesto de numerosas legiones de combatientes que, por circunstancias, hacen a los hombres hábiles para lograr lo que desean ser y para influir en la sociedad, “contagiándola”.
En nuestra rica literatura panameña hay autores que hacen las adecuaciones de lo tradicional con lo moderno para que el joven entienda que la educación moral, social y cívica ofrece un campo virgen a la pedagogía, con la necesidad de pláticas e ideales dirigidos por los familiares de nuestra juventud. Es allí donde resaltamos los descubrimientos e invenciones de nuestros contemporáneos de ánimos esforzados y de superior inteligencia, quienes, a fuerza de trabajo, energía, constancia y voluntad inquebrantable, pueden inspirar a otros. A través de la tecnología de punta, se endulza la pócima educativa con el zumo extraído de las obras de los eximios pensadores, concentrándonos en formas de máximas y apotegmas.
Hay que equilibrar las emociones entre jóvenes y adultos, porque casi siempre el talento lo es todo, de modo que el destino que tengamos en esta vida dependerá más de nuestros propios esfuerzos que del azar. Como Miguel de Cervantes recalcó: “Cada uno es hijo de sus obras”, y cada cual debe recibir su recompensa según su trabajo.
Adiestrar nuestras manos, nuestro cerebro y nuestro corazón para aprovechar las oportunidades que el mundo ofrece a través de los inventos y las grandes obras es fundamental. Sin embargo, enfrentamos problemas en el camino al usar armas arteras e inhumanas como el egoísmo, la envidia, la calumnia, la intriga, el engaño, la perfidia y la traición.
La lucha por la vida se gana con armas nobles y seguras, que no pesan ni ocupan lugar y son fáciles de cargar: la instrucción, la educación, la laboriosidad, la actividad y la energía. Y, además, como seres humanos, necesitamos una buena mochila: el carácter.
Para quienes tienen paciencia, las pérdidas se convierten en ganancias, los trabajos en merecimientos y las batallas en coronas. Por ello, es digno paragonar lo bueno para avivar el sentimiento de patria.
En un escenario tan nuestro como Panamá, hay que mostrarse como estrella polar para que la juventud oriente su rumbo, y los adultos debemos servir como pilotos prácticos que, entre bajíos y escollos, enfrentemos los desafíos de la vida con decoro y dignidad. Estamos al rescate de la familia y sabemos que lo bueno aún permanece en nuestros hogares, donde la veracidad es un buen ingrediente para combatir las mentiras adornadas.
El hábito de mentir es otra pandemia denominada: mitomanía.
La autora es educadora.

