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La narración oral y la poesía: memoria y ternura

El concepto de Clifford Geerdz de que la cultura son los cuentos que contamos para comprendernos mejor a nosotros mismos y a los demás, es una de las nociones de la cultura que favorecen nuestro trabajo sistemático con las comunidades. Es casi el mismo concepto que acuñó Néstor García Canclini, quien dice que la identidad es una construcción que se relata. Contamos historias para encontrarnos a nosotros mismos y para reencontrarnos con la otredad.

Hace poco celebramos el Día Mundial de la Narración (20 de marzo) y el Día Internacional de la Poesía (21 de marzo). Quiero rescatar algunas ideas que venimos defendiendo que colocan a la palabra oral y la palabra poética en un espacio privilegiado en la sociedad y es por eso por lo que necesitamos mejores políticas de desarrollo cultural que generen procesos de cohesión desde la literatura, la lectura, la escritura y la oralidad.

El narrador oral argentino Roberto Moscoloni ha dicho: “Podríamos incluir miles de relatos populares que hacen, más allá de las historias oficiales, mantener viva la memoria en las distintas comunidades”. Lo que la historia oficial no cuenta, lo que no está, por X o Y razón en los libros de textos, mora en la memoria y la oralidad. Algo muy parecido a la misión de la poesía. Rescatamos la memoria colectiva y fortalecemos el imaginario de los pueblos. Y esto hace que las personas tengan un sentido de pertenencia que hoy es importante fortalecer. Un buen contador de historias tiene una relación con la poesía. Una historia bien contada puede tener raíces africanas, por ejemplo, pero la anécdota implícita conectará al auditorio con la realidad local, así como un poema siempre será universal desde su estética.

Escuchar un cuento es una experiencia que nos conecta directamente con la ternura. La lectura de poesía también lo hace; el canal de la voz crea un estado de gracia que es un momento mágico entre el narrador, el poeta y el oyente. Transfiere la ternura de una manera más humana, de persona a persona. El poema trasciende desde el interior de la persona; el relato oral desde el exterior hacia el interior de la persona.

Hoy día, la sensibilidad humana está menoscabada; cada día las personas parecen encerrarse en un caparazón semejante al de la tortuga. De la misma forma, se hace cada vez más difícil compartir sentimientos de empatía, nos cuesta sentir lo que siente el otro. Contar cuentos conecta a los humanos con estas valiosas expresiones de la condición humana. Por eso es que el narrador oral Boniface Ofogo nos habla de que los cuentos son un espacio para la ternura. Contamos cuentos y muchas veces tocamos a la gente y generamos cambios en ellos. Uno de esos cambios es la actitud hacia su pasado y su presente.

Las personas suelen valorar más sus recuerdos y sus memorias porque un cuento les despertó algo, porque una historia tierna despertó a la vez en ellos la ternura. A la vez esto posibilita que las personas valoren las cosas del presente y sean más sensibles hacia los problemas del mundo. Leer un poema también es un acto de ternura y escucharlo es una réplica de ese acto. Hay un momento de cambio al escuchar un poema.

Quiero citar otra vez a Moscoloni: “El cuento como experiencia pasa a cumplir el rol curativo que se impone en la necesidad de las personas de recrear a partir de la palabra de la gente del pueblo, situaciones que desean se recuerden, por dolorosas o por alegres, pero que se mantengan ocultas en la memoria de la gente”. La emoción que sienten las personas al escuchar un cuento o un poema se nota en sus palabras de gratitud. No sabemos qué hemos despertado, lo único que sabemos es que es una forma de sanación y de felicidad.

En el ensayo El placer que no tiene fin, William Ospina nos recuerda ese relato de Ray Bradbury, donde ya no hay libros y está prohibido recordar. En un mundo en ruinas donde ya la civilización está en escombros, un niño se escapa para ir a un parque donde un anciano le cuenta cómo era el mundo antes del caos. La tesis que Ospina trata de sustentar, y de hecho lo hace, es que la capacidad de soñar de los seres humanos sobrevivirá siempre y cuando la imaginación sea una forma del ser humano de supervivencia para confrontar el presente a través de la nostalgia de la memoria.

Además, Ospina analiza la ficción distópica de Bradbury y hace énfasis en que no hay nada más fascinante y asombroso para un niño que una historia bien contada. Dice William Ospina: “Más admirable es la magia de quien es capaz de pronunciar palabras que les permitan a los niños ver lo que no está frente a ellos, que haga relampaguear en sus ojos hechos y criaturas que son apenas un hilo de voz, un relato”. Mientras los cuentos existan, tendremos una forma de ver la vida con esperanza y posibilidades de supervivencia; mientras la poesía tenga presencia existirá una imagen y una posibilidad.

El autor es escritor.


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