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La nueva política exterior de Estados Unidos

Por décadas —si no por mucho más—, Estados Unidos simbolizó la moralidad, la democracia y el poder de las leyes. La inscripción en la Campana de la Libertad, en Filadelfia, dice: “Proclamad la libertad en toda la Tierra a todos sus habitantes”.

Como escribe el rabino Lord Jonathan Sacks, la nación norteña fue fundada por puritanos que escaparon de las persecuciones en Europa y crearon comunidades inspiradas en la política de la Biblia hebrea, especialmente el libro de Deuteronomio.

El periodista Brad Stone publicó un artículo titulado “América se autoproclama como el líder moral del mundo. Ya no”, en la revista Businessweek, donde recuerda que el lema de la política exterior de la Unión Americana era: “Nos va a ir bien si hacemos el bien”.

Menciona al autor de la estrategia “lend-lease” (presta y alquila), que Roosevelt utilizó para ayudar a Gran Bretaña, cuando luchaba sola contra el poderío nazi durante la Segunda Guerra Mundial. “Si la casa de tu vecino se está quemando, y el fuego se puede propagar, le prestas una manguera sin exigir pago”. Ahora la premisa es otra: “No más donaciones de ahora en adelante; solo damos préstamos”.

En 1947, el secretario de Estado George Marshall, mediante un discurso en la Universidad de Harvard, lanzó su plan para ayudar a una Europa Occidental devastada por la guerra. Marshall dijo: “Nuestra política no va contra ninguna nación, sino contra la pobreza, el hambre, la desesperación y el caos”.

Muchos recordaron que en 1961 el entonces presidente Kennedy lanzó la Alianza para el Progreso, para promover el desarrollo social y económico de América Latina. Y qué decir de los Cuerpos de Paz, una agencia federal independiente que envía voluntarios a diversos países para ayudar en salud, educación y hasta en agricultura.

No soy tan ingenuo como para no reconocer que gran parte de esa política también buscaba frenar el avance del comunismo.

Estados Unidos también tiene su historia oscura. La esclavitud en los estados sureños solo terminó cuando el Norte ganó la Guerra Civil en 1865, con el presidente Abraham Lincoln a la cabeza (lo que le costó ser asesinado).

Pero no fue suficiente: el tratamiento “Jim Crow” continuó sometiendo a los afrodescendientes en el sur. Y qué decir de los dictadores que la nación norteña apoyó en América Latina y el resto del mundo con el lema: “Es un hijo de p..., pero es nuestro hijo de p...”.

Afirma Robert Keohane, profesor de Princeton, que el pueblo norteamericano siempre creyó que el liderazgo de sus dirigentes en el mundo era moral y valía la pena. Resulta curioso que, en una encuesta reciente, por primera vez los encuestados opinaron que China tendrá una mejor influencia global.

Mientras escribo estas líneas, el presidente Donald Trump —que fue elegido proclamando una política de aislamiento— decidió intervenir en el conflicto Israel-Irán y destruir tres reactores nucleares en territorio persa, logrando luego un cese al fuego de todas las hostilidades.

Aunque esto es material para otro artículo, las consecuencias de esta guerra y la intervención de Trump están por verse.

El autor es internacionalista.


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