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La polarización de la política

En Estados Unidos ha cobrado una nueva víctima: Charlie Kirk, un carismático apologista de la causa conservadora en el país norteamericano, fue ultimado la semana pasada en la Universidad del Valle de Utah mientras realizaba una actividad proselitista ante 3 mil personas. En 2019 fundó la organización Turning Point junto con el pastor pentecostal Bob McCoy para “movilizar a las comunidades a la plataforma conservadora”. Era cristiano evangélico y sus enemigos liberales de izquierda lo acusaban de divisivo, racista, xenófobo… y todos los demás fobos. Kirk solo representa la última víctima de lo que se ha convertido en una polarización virulenta en la contienda política de Estados Unidos. El abismo que separa a los dos partidos tradicionales se ha profundizado tanto que hace del diálogo político algo casi imposible.

Según el periodista de The New York Times Ezra Klein, no siempre fue así: “En la mitad del siglo XX los dos partidos mayores, demócratas y republicanos, estaban menos polarizados porque sus coaliciones eran más heterogéneas que hoy en día”. Por ejemplo, había republicanos liberales en los estados del noreste, al igual que demócratas blancos sureños y conservadores que se oponían a la igualdad racial. Los dos partidos estaban conformados por coaliciones amplias y flexibles, mientras que hoy representan ideologías rígidas sin apenas disidencia interna.

Recuerdo las elecciones de 1960 entre el republicano Richard Nixon y el demócrata John F. Kennedy, una de las más reñidas de la historia. Los partidarios de Nixon intentaron convencerlo de exigir un recuento, pero él mantuvo su posición de no querer perturbar ni subvertir el colegio electoral de su país. Compárese esto con la reacción del presidente Donald Trump, que al conocer el resultado de las elecciones de 2020 quiso anularlas y declararlas fraudulentas, incitando la posterior toma del Congreso por sus seguidores.

Antes de la polarización actual, los partidos eran menos “cohesivos”, lo que permitía que legislaciones se aprobaran con el apoyo de miembros de ambas bancadas. En el libro How Democracies Die (Cómo mueren las democracias), los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt describen cómo “las fuerzas institucionales de los dos partidos —Demócrata y Republicano— eran el factor principal para mantener la cooperación bipartidaria”. Las élites partidarias trataban de prevenir la nominación de políticos que fomentaran la división (como el racista George Wallace en el sur). Sin embargo, ambos autores señalan que los partidos fueron perdiendo poder para salvaguardar las características de sus candidatos. Así fue como Trump, al margen de los republicanos tradicionales, consiguió la nominación y luego la candidatura presidencial.

Como señaló John Connois en una columna de marzo de 2014: “Por las reacciones emocionales que van dirigiendo las decisiones políticas, el ambiente se ha vuelto altamente polarizado. La polarización afectiva y el tribalismo se mezclan para buscar políticas que justifiquen el nosotros versus ellos”. La revista Scientific American reporta que ver al rival como “el otro” lo convierte en alguien inferior, generando prejuicios y discriminación.

Culpo a ambos partidos, pero el papel de Donald Trump no puede minimizarse. Su presidencia estuvo marcada por el afianzamiento de la polarización y por permitir que las emociones influyeran en la política más de lo que deberían. Según el Washington Post, el enfoque “trumpiano” profundizó las divisiones dentro de la sociedad norteamericana, intensificando las respuestas emocionales y la hostilidad. A mi juicio, ambos partidos comparten la responsabilidad.

De acuerdo con las últimas encuestas, el 72% de los norteamericanos siente que su país no va en la dirección correcta, y el 81% considera que la democracia está amenazada. Para Ed Goeas, quien se define como experto en política estadounidense, la base política del presidente Trump se mantiene “sólida como una roca”. Entre los republicanos cuenta con una aprobación que oscila entre el 80% y el 90%. Estas cifras confirman que Trump es ahora más popular que en su primera presidencia. En otras palabras, hay trumpismo para rato.

El autor es internacionalista.


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