La política de la crueldad

Hoy vivimos un período similar al de entreguerras, ese lapso de altísima inestabilidad marcado por el fin de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la Segunda: inestabilidad global, crisis económicas recurrentes y una batalla cultural en auge. Las derechas extremas han encontrado en esa batalla su estrategia central y Panamá no ha escapado a dicho fenómeno: desafiar los derechos humanos, para movilizar a sectores que perciben esas conquistas como amenazas al grado de inversión de un país.

Autores británicos como Richard J. Evans en el 2006, han manifestado que las fracturas democráticas en la historia estuvieron en general precedidas por períodos de incertidumbre económica que generaron intensas batallas culturales. En Panamá, la inflación persistente y la inseguridad económica ofrecen terreno fértil para que narrativas en pro del rescate de la banca bursátil y mantener el grado de inversión justifiquen desigualdades y debiliten principios democráticos.

El gobierno del paso firme usa debates culturales para ocultar y desviar la discusión de intereses económicos: mientras polarizan la sociedad con temas morales y socava derechos sociales, procede a exaltar al individuo autónomo, el emprendedor libre de un Estado “opresor”, fomenta un individualismo autoritario que desarticula la solidaridad colectiva necesaria para sostener la democracia.

Recordemos el concepto de posdemocracia de Colin Crouch (2004) antes de continuar: Concebido en una época que no acechaba el clima de autoritarismo actual, designa una pendiente de deterioro, un proceso de desdemocratización de sociedades que habían consolidado instituciones y formas de vida democráticas. El pasaje hacia la posdemocracia no implica una interrupción abrupta en manos de otro tipo de régimen político como las dictaduras o los regímenes totalitarios, sino un debilitamiento Iento pero continuo en la forma de organizar y ejercer el poder político.

Triunfos como los de Trump, Bolsonaro y el Brexit marcaron un viraje en el mundo: las derechas radicales ya no necesitan golpes de Estado para llegar al poder; erosionan la democracia desde dentro.

Autores como Levitsky y Ziblatt advierten que las democracias mueren gradualmente cuando los gobernantes violan reglas no escritas: tolerancia mutua y contención en el uso del poder. Hoy, la polarización extrema transforma adversarios en enemigos existenciales, legitimando la intolerancia y la agresividad social.

El concepto de democracia iliberal agrega otro matiz: regímenes que combinan elecciones libres con la destrucción de derechos civiles, normalizando la discriminación y la exclusión.

Este nuevo clima legitima un discurso y “democracia cruel” que convierte el sufrimiento ajeno en espectáculo y herramienta de cohesión interna. Políticos y medios de la extrema derecha exhiben la humillación de pobres, migrantes, indígenas, maestros, sindicalistas o minorías como forma de reforzar identidades excluyentes. Paul Krugman lo llama la “ideología de hacer sufrir a los pobres”: culpar a las víctimas de su pobreza y castigarlos con austeridad que poco alivian los déficits fiscales, pero mucho resentimiento alimentario.

La estrategia descansa en tres pilares: posverdad, fake news y teorías de conspiración. Generar ansiedad y realidades paralelas inmunes a datos y argumentos mantiene cautiva a una parte del electorado, que percibe a estos líderes como “salvadores” del déficit fiscal y de la izquierda radical.

En Panamá, este fenómeno sigue al patrón global. El ciclo abierto con la transición democrática de 1989 muestra grietas: violencia estatal, represión a la protesta, discursos prodictatoriales y ascenso de fuerzas que desprecian la división de poderes y el debate en la Asamblea nacional. Hoy se tolera la intervención del Senafront y Senan en la represión ciudadana, se normaliza la polarización extrema y se cuestiona abiertamente el legado de derechos humanos.

Resistir la fragmentación exige reconstituir el espacio público, restituir la confianza en el debate público y proteger derechos básicos que garanticen la participación de todos. La defensa democrática debe ser contundente: no normalizar el lenguaje cruel de los jueves desde la presidencia. La historia enseña que Mussolini y Hitler prosperaron gracias a complicidades. Hoy toca trazar un aislamiento que preserve la democracia como forma de vida.

El autor es médico sub especialista.


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