El Estado es un organismo de poder al servicio de sus ciudadanos. Entre sus principales objetivos se destacan: mantener el orden y el cumplimiento de las leyes, y promover el bienestar, la prosperidad y la seguridad de la población. Su tamaño adecuado es el conjunto de infraestructura humana, material y jurídica necesaria para cumplir, de manera eficiente, estos fines.
El presidente José Raúl Mulino ha dado a conocer el propósito de su gobierno de reducir el tamaño del Estado panameño. Concordamos con ese propósito. Sin embargo, poniendo en orden los fines y los medios, lo primordial es reformar el Estado; reducir su tamaño es solo uno de los medios. El Estado panameño, además de costoso, es incompetente, inmoral y criminal, producto del desgobierno y el saqueo de los fondos públicos perpetrados por las administraciones de los últimos 50 años. Tiene un tamaño irracional y desproporcionado. Roba, mata, estafa y miente a buena parte de los ciudadanos.
Antes de expresar lineamientos prácticos, sencillos y elementales para la reconstrucción del Estado panameño y la reducción de su tamaño —tal como la concebimos—, debe considerarse que la reforma de la Constitución, o “asamblea original”, planteada como medio para esa reducción, sea un mecanismo constructivo y consultado adecuadamente con la población.
A continuación, se presentan las once dimensiones cualitativas y materiales —el “endecágono” de un Estado panameño eficiente, honesto y democrático— cuya razón de ser es atender bien las necesidades de los ciudadanos: abastecimiento adecuado de alimentos, agua potable, servicios de salud pública, energía eléctrica, instrucción pública, transporte público, administración de justicia, eliminación de la pena de muerte, comunicaciones, actividades culturales, deportivas y recreativas, seguridad ciudadana, equilibrio de las cargas tributarias, combate al narcotráfico y otros delitos, abastecimiento de medicinas y otros servicios al ciudadano.
La dimensión moral. En la administración directa o indirecta de los recursos humanos y de la infraestructura legal y material del Estado —ya sea por servicios o contratos— solo pueden participar personas naturales o representantes de personas jurídicas que no hayan sido objeto de encausamiento o condena por delitos comunes o infracciones profesionales, dentro o fuera de Panamá.
La dimensión administrativa. Toda persona que preste servicios profesionales al Estado debe ser objeto de selección, capacitación y evaluación sistemática.
La dimensión de los organismos del gobierno. La cantidad y calidad de los recursos humanos y de la infraestructura del Estado deben ser determinadas por el Ministerio de Economía. ¿Existe en Panamá un organismo con esa capacidad y atribuciones?
La dimensión económica. El manejo prudente, honesto y racional de los recursos del Estado, así como de sus gestiones para la obtención de fondos, es fundamental para construir un Estado eficiente y equilibrado.
La dimensión social. El Estado debe evitar asumir responsabilidades que no son de su incumbencia ni posibilidades, y que pertenecen a la esfera de actividad e intereses privados de los ciudadanos.
La dimensión de las responsabilidades. Las personas responsables de incompetencia o deshonestidad en el desempeño de sus funciones deben ser objeto de sanciones administrativas, pecuniarias y penales.
La dimensión tecnológica. En caso necesario, los usos y costumbres de la administración del Estado y sus evaluaciones tecnológicas deben actualizarse para mejorar la eficiencia.
La dimensión de modernidad. El Estado debe ser una organización dinámica, que mejore continuamente sus métodos y funcionamiento, y que niegue el conformismo y el apoltronamiento.
La dimensión de coordinación, ejecución y vigilancia. Compete, en última instancia, a gobernantes decentes, elegidos por electores decentes.
La dimensión pedagógica. Aunque algunos panameños piensen que lo sabemos todo, es posible aprender de los países cuyos Estados se manejan eficientemente. Toquemos la puerta a China, Taiwán, Singapur y a los países escandinavos.
La dimensión política. ¿Saldremos alguna vez de la ruina política de los últimos 50 años? ¿Pondremos a trabajar la cabeza, los brazos y el corazón? ¿Seguirá siendo el bolsillo la parte más sensible del cuerpo de los gobernantes? ¿Continuaremos autoengañándonos con fórmulas mágicas?
El autor es consultor en asuntos económicos y bancarios.
