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Políticas públicas

La salud no es solo un tema de consultorios y quirófanos

La enfermedad seguirá existiendo, pero su peso social depende de la voluntad de actuar sobre los factores determinantes de la salud.

1. La enfermedad como parte de la vida

La salud no es un estado permanente; es un equilibrio dinámico que se rompe y se reconstruye constantemente. Desde el útero materno estamos expuestos a procesos biológicos que conducen a la enfermedad. No podemos vivir de espaldas a nuestra naturaleza.

Sin embargo, la diferencia la marca el desarrollo del país y la preparación de sus ciudadanos para enfrentar la enfermedad. Con planificación, prevención y equidad, la enfermedad se controla; con burocracia y desigualdad, se convierte en tragedia. Un sistema estructurado evita el sufrimiento exagerado que provoca esa tragedia.

2. La fragmentación como multiplicador del daño

En Panamá, la descoordinación entre instituciones también cobra vidas humanas. Recientemente vimos cómo, por falta de insumos, camas y ascensores, sufren familiares y pacientes en un sistema fragmentado.

El verdadero problema no radica en la calidad de los profesionales sanitarios ni en la falta de recursos. El problema es administrativo: la ausencia de una política que unifique recursos y empodere la prevención.

La fragmentación afecta directamente la atención al paciente. Cada minuto perdido por esta desarticulación puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. Un sistema integrado no elimina el riesgo biológico, pero sí la negligencia estructural.

3. Prevención: necesaria pero no suficiente

La prevención es la piedra angular de cualquier sistema moderno. Sin embargo, no basta con tener programas preventivos si no se sostienen en el tiempo ni cuentan con financiamiento estable.

Costa Rica, Uruguay y Canadá lo demuestran: aun con sólidos esquemas preventivos, enfrentan listas de espera o morosidad quirúrgica cuando la planificación y la liquidez fallan.

En Panamá, la atención primaria es débil y desigual. Las regiones rurales y comarcales siguen fuera del radar preventivo. No existe continuidad entre lo que se detecta en los centros de salud y lo que se resuelve en los hospitales.

La prevención sin planificación es solo un deseo. La prevención con presupuesto estable, personal motivado y protocolos claros es una política de Estado.

4. Planificación y financiamiento: los cimientos invisibles

Un sistema de salud no puede descansar en la improvisación ni en promesas de gobierno. Debe tener metas multianuales, un fondo único y reglas claras de ejecución, blindadas contra la política coyuntural.

Cuando los pagos a proveedores se retrasan —como en la reciente morosidad quirúrgica en Costa Rica— o cuando no hay reservas presupuestarias para medicamentos esenciales, el sistema colapsa, aunque existan buenas intenciones.

En Panamá, se destina casi el 10% del PIB a la salud, pero los resultados no se corresponden con esa inversión. El problema no es cuánto gastamos, sino cómo y dónde lo hacemos. La integración funcional sin disciplina financiera es una promesa vacía. Y la fragmentación presupuestaria —dos fondos, dos planificaciones, dos burocracias— es el principal obstáculo para el cambio.

5. Los determinantes sociales: donde se gana la verdadera batalla

La salud no se decide únicamente en los centros de salud ni en los hospitales. Se decide en el acceso a agua potable, en la educación, el empleo digno, la nutrición, el transporte, el medio ambiente y la seguridad pública.

Los países que logran resultados sostenibles en salud no dependen solo de su ministerio del ramo: coordinan políticas intersectoriales y colocan el bienestar como eje de desarrollo.

Panamá necesita un Consejo Nacional de Determinantes de la Salud, en el que los ministerios de Educación, Vivienda, Ambiente, Economía, Trabajo y Desarrollo Social planifiquen de manera conjunta.

La integración sanitaria sin integración social es apenas una reforma administrativa. Solo cuando el entorno deja de enfermar, los hospitales pueden concentrarse en curar.

6. Hacia una salud verdaderamente integrada e integral

Integrar no significa fusionar burocracias, sino alinear objetivos, recursos y responsabilidades bajo una misma visión. La CSS y el MINSA deben actuar como un solo sistema público, con protocolos comunes y una red de atención única.

Pero esa integración también debe ser integral, vinculando el gasto en salud con la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la desnutrición.

La experiencia internacional enseña que los sistemas más sólidos no son los que más hospitales construyen, sino los que planifican y sostienen políticas preventivas durante décadas. Sin financiamiento estable y sin visión social, la salud se convierte en una sucesión de crisis hospitalarias, en lugar de una política de bienestar nacional.

Conclusión

Las enfermedades no desaparecerán, porque son parte de la naturaleza humana. Lo que sí puede desaparecer es la indiferencia, la improvisación y la fragmentación que hoy agravan sus consecuencias.

Integrar la salud, fortalecer la prevención y planificar con rigor no elimina el sufrimiento, pero lo hace manejable, digno y justo.

En la solución de los grandes problemas nacionales —salud, educación, seguridad y pensiones— el principio es el mismo: planificación permanente y financiamiento seguro.

La salud pública no es un gasto: es la más alta forma de inversión social y el reflejo más visible de la madurez de un país.

El autor es neurocirujano.


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