Durante las últimas 10 semanas hemos sido testigos del visible deterioro de la situación política y social en la República Islámica de Irán. Las protestas que iniciaron el 16 de septiembre de 2022, luego de la muerte de Mahsa Amini de 22 años a manos de la policía de la moralidad en Teherán, se han ido expandiendo de la ciudad Saqqez (de donde era oriunda Amini), en la provincia de Kurdistán, a casi todas las provincias del país.
Dichas protestas han ido permeando en todas las clases sociales de la sociedad iraní, incluyendo a la clase media urbana y a la clase trabajadora en los entornos rurales, así como en las universidades, las escuelas y los centros de pensamiento, convirtiéndose en la amenaza más seria que ha enfrentado la República Islámica desde su instauración con la revolución de 1979.
Las reclamaciones que inicialmente se limitaban a exigir un fin a la política del uso obligatorio del hiyab se ampliaron para incluir, también, mayores derechos y libertades para las mujeres en Irán. Lo curiosos es que el pueblo iraní ya no parece conformarse con meras reformas incrementales, sin que también ha pasado a exigir un fin al gobierno teocrático y la secularización del Estado. El régimen ha respondido de forma brutal y se estima que el saldo de las protestas es de más de 400 muertos y miles de detenidos.
Por casi 500 años, Irán fue gobernada por una monarquía absoluta (1502-1979). Luego de algunos intentos de constitucionalizar la monarquía, se produce la revolución islámica que depone a la dinastía Pahlavi e instaura una teocracia basada en la tutela del jurista islámico que le otorga al líder supremo de la revolución un rol de “supervisión” sobre todos los poderes del Estado iraní, constituyéndose en la máxima autoridad política y religiosa del país.
También, es el comandante supremo de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, con poderes bastante amplios en materia de política exterior y en cuestiones vinculadas a la participación en conflictos armados. Su control sobre la guardia revolucionaria es fundamental pues esta rama de las fuerzas armadas iranís es uno de los entes de poder más importante del país, pues reemplazó y marginalizó al Artesh, el ejército iraní, y su rol principal es proteger el sistema político de la república islámica.
La realidad es que la protestas y los llamados a un cambio de régimen coinciden con realidades fácticas que ponen en tela de duda la estabilidad del régimen como la salud del octogenario líder supremo Ayatola Alí Hoseiní Jamenei y una futura crisis de sucesión, la elección de un gobierno conservador de la mano de Ebrahim Raisi en reemplazo del moderado Hasán Rohaní, y la muerte del mayor general de fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria, Qasem Soleimani.
En particular la presidencia de Raisi debe analizarse detenidamente pues se trata de un exfiscal general y expresidente de la Corte Suprema iraní, y un miembro de la Asamblea de los Expertos, cuerpo deliberativo encargado de elegir al líder supremo y supervisarlo, quien también es visto como un posible sucesor para Jamenei. Tampoco debemos olvidar que Irán es uno de los pocos países que está proveyendo material militar a Rusia (drones kamikaze) en su guerra de agresión en contra de Ucrania.
Con esta realidad política y las consecuentes afectaciones en materia de derechos humanos, la comunidad internacional no ha permanecido callada. El Consejo de Derechos Humanos decidió crear una misión independiente de investigación de los hechos focalizada en las violaciones a los derechos humanos perpetrados en el marco de las protestas que iniciaron el 16 de septiembre.
Únicamente 6 países votaron en contra (Armenia, China, Cuba, Eritrea, Pakistán y Venezuela). En la sesión del Consejo, el nuevo Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk llegó incluso a cuestionar “la mentalidad de cuarteles de quienes ejercen el poder” haciendo un llamado a cesar inmediatamente “el uso innecesario y desproporcionado de la fuerza”.
Luego de esto, la sociedad iraní tampoco ha guardado silencio, es más la protesta ha permeado al ámbito futbolístico. En tal sentido, uno de los gestos más recientes de desobediencia civil ha sido el de la selección de fútbol masculino de Irán, quienes, a modo de protesta, han decidido no cantar el himno de su país en el Mundial.
También, su capitán, Ehsan Hajsafi, ha expresado públicamente, en conferencia de prensa, sus condolencias a todas las familias afligidas en Irán y ha proclamado que el equipo simpatiza con las protestas, que las condiciones en su país no son las adecuadas y que la gente no está contenta, pero que eso de ninguna manera significa que ellos no deben ser su voz en el campo de juego, que ellos se deben a su pueblo y que iban a dar lo máximo para presentarles los mejores resultados.
Finalmente, concluyó que abriga la esperanza de que las condiciones cambien y que se acepten las justas expectativas de su pueblo. Ante las recientes amenazas que el equipo y el pueblo iraní han sufrido, el mundo debería hacer suyos el sentir de este noble y valiente pueblo.
El autor es abogado y profesor de derecho internacional
