Mientras la Europa de la belle époque se deleitaba con las fantasías musicales de Tchaikovsky y de Stravinsky, así como con el realismo literario de Dostoyevsky y de Chéjov, la mayoría de los rusos vivía en condiciones paupérrimas. Con una estructura latifundista, habiéndose abolido el vasallaje feudal recién en 1861, se iniciaban los esfuerzos por industrializar el país con inversión de capitales franceses principalmente, pero sin haber desarrollado instituciones democráticas y liberales, como sí había ocurrido en Europa a lo largo del siglo XIX.
El inicio del siglo XX fue testigo de un cambio radical en las relaciones entre Rusia e Inglaterra, que abandonaron sus disputas territoriales para, junto con Francia, conformar la alianza de la Gran Entente por el temor compartido hacia el formidable ascenso económico y militar de Alemania. La decisión rusa de movilizar sus tropas en apoyo a sus parientes eslavos del Reino de Serbia contra las amenazas de invasión por parte del Imperio austrohúngaro fue la primera de una serie de acciones que propiciaron el estallido de la Primera Guerra Mundial.
En pleno transcurso de la Guerra, debido a las penurias extremas padecidas por el pueblo ruso y la falta de legítimas instituciones democráticas, se engendró la Revolución rusa de 1917, por la cual se constituyó el primer régimen comunista de la historia. Ante semejante escenario, los aliados financiaron los fallidos esfuerzos bélicos de los opositores a los bolcheviques, propiciando una cruenta guerra civil, que, concatenada a las fallidas políticas económicas, acarreó una hambruna catastrófica. De este proceso surgió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), bajo un aparente sistema federal en el que los territorios conquistados por los zares se transformaron en repúblicas autónomas, pero que en la práctica estarían administradas con mano de hierro por el Partido Comunista desde Moscú.
Mientras la población sufría años de purgas políticas por parte de Stalin, este se aventuró a apoyar militarmente la causa republicana en la guerra civil española. En 1939 se firma el Pacto Ribbentrop-Molotov de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética, por el cual los soviéticos procederían a ocupar la parte oriental de Polonia luego de que Alemania la invadiera con la intención de ocupar el resto de ese país, desencadenando la Segunda Guerra Mundial.
En 1941, Alemania inicia una sorpresiva invasión militar a la Unión Soviética: la más grande de la historia, penetrando hasta a escasos kilómetros de Moscú, sitiando Leningrado por más de dos años y batiéndose en la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial, en Stalingrado, con el objetivo de alcanzar los pozos petroleros de la URSS en el mar Caspio. Factores como el demoledor invierno ruso, el colapso de las líneas alemanas de abastecimiento y las fatales decisiones estratégicas por parte de Hitler, permitieron que los rusos, una vez más, lograran una contraofensiva épica que los llevaría eventualmente hasta Berlín. Debido a las grandes pérdidas en vidas rusas –27 millones: la cifra más alta de todos los países que participaron en el conflicto– ya su asombrosa victoria contra los nazis, los rusos conocen este conflicto como la Gran Guerra Patria.
Una vez culminada la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética queda en control militar de toda Europa del Este, incluyendo gran parte del territorio de Alemania oriental. Ante la amenaza soviética, Estados Unidos se convierte en el protector de una Europa occidental devastada y debilitada. Se establece la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), alianza de defensa colectiva para enfrentarse al bloque comunista del Pacto de Varsovia, compuesta por todos los regímenes comunistas de Europa oriental: títulos de Moscú. Así se impone una “cortina de hierro” que divide a Europa en dos campos ideológicos e inicia la Guerra Fría entre las dos superpotencias, marcada por una constante amenaza nuclear. Se dan episodios de tensión extrema, como el Bloqueo de Berlín de 1948, la construcción del Muro de Berlín en 1961 y las intervenciones militares de la URSS para reprimir manifestaciones civiles que exigían una apertura democrática en Hungría (1956) y en la antigua Checoslovaquia (1968).
En la década de 1980, la Unión Soviética liderada por Gorbachov inició una serie de reformas estructurales que pretendían la apertura de los mercados ( perestroika ) y una liberalización democrática a lo interno del sistema ( glasnost ). Como corolario de estas reformas, Gorbachov se comprometió a no intervenir militarmente en los regímenes comunistas de Europa oriental. En 1989, esta promesa lanzó una serie de manifestaciones espontáneas y masivas que provocaron el fin de todos los gobiernos comunistas en Europa, cuya imagen más icónica fue la caída del Muro de Berlín. Estos eventos también causaron intrigas políticas a lo interno de la Unión Soviética, que, aunadas a un gran estancamiento económico, trajeron su colapso endógeno en 1991. Todo ello devino en el desmembramiento de los antiguos territorios rusos, que se declararon repúblicas independientes.
Estos acontecimientos auguran nuevos tiempos de paz en Europa, pero a su vez introdujeron nuevas realidades e incertidumbres geopolíticas, como la posible expansión de la OTAN en detrimento de la esfera de influencia rusa, sobre todo respecto a la nación de Ucrania. El país vecino poseía armas nucleares (mas no los códigos, que estaban en manos de Rusia) y territorios poblados por la mayoría de las rusas, como la península de Crimea, donde además residía la flota naval de Rusia en el mar Negro.
El autor es abogado.

