A finales de los años 60, un posteriormente polémico profesor de la Universidad de Stanford dio inicio a un experimento que consistía en estacionar en un área pública dos carros exactamente iguales, del mismo año, modelo y color, en dos barrios con características sociales distintas.
Un carro fue estacionado en un barrio de clase alta de California y el otro, en un barrio considerado de clase baja en Nueva York. El carro de California fue dejado intacto, mientras que el de Nueva York fue dejado con una ventana rota.
El carro con la ventana rota fue inmediatamente vandalizado hasta su mínima expresión; no hubo parte que no fuese hurtada o destruida. Por su parte, el carro estacionado en el barrio de clase alta de California, pasado un mes, no había sufrido daño alguno, estaba intacto. Justo en este momento, cualquiera aplicaría un sesgo natural y atribuiría la violencia y el hurto a los sectores más pobres; sin embargo, el tema no quedó ahí.
Pasado un tiempo y como parte del experimento, al carro dejado en California le rompieron una ventana. Inmediatamente, empezó a ser vandalizado. La conclusión lógica y resumida del experimento es que la percepción de deterioro, suciedad y destrucción, así como la de no aplicación de castigos adecuados, tiene la capacidad de disparar conductas humanas socialmente reprochables (colectivas e individuales), que no están necesariamente vinculadas a la pobreza, sino a la calidad de nuestro entorno.
La psicología humana genera un freno a destruir aquello que encaja en los cánones generales de bonito versus aquello que se ve dañado y maltratado.
Todo lo anterior para comentar una obviedad: Panamá tiene varias “ventanas rotas”. Como la basura, con la que la capital tiene la relación de anatocismo que tiene una deuda en una financiera, solo crece y se acumula. El estado deplorable de casi todas las calles de la ciudad no tiene precedentes (a mi edad ya me permito decir eso), situación que se deriva de muchos problemas adicionales, como décadas de bajo o nulo mantenimiento. La infraestructura de las escuelas públicas, que atenaza el futuro de nuestra niñez. El estado general del ornato de parques y áreas públicas en temas tan básicos como cortar la grama y, en un país donde lo que abunda es la mala memoria, el calor y la lluvia, no le damos prioridad alguna al mantenimiento y cuidado del alcantarillado; así, toda llovizna se traduce en vías anegadas y muchos memes que embalsaman el tranque y los problemas.
En cuanto a la basura, esta particular “ventana rota” me sumerge en tristeza. El problema no radica solo en la incapacidad estatal de recogerla y tratarla; también hay un absoluto desinterés ciudadano de disponerla adecuadamente y reconocer que es un problema de todos. Cada papel tirado en una esquina es una “ventana rota” que genera un potencial “patacón” y en eso los ciudadanos tenemos buena parte de la culpa.
La teoría de las ventanas rotas también concluye que una infraestructura pública en buen estado, con adecuado ornato y orden, seguramente ayudaría a disminuir el vandalismo, la destrucción y la criminalidad. La psicología humana genera un freno a destruir aquello que encaja en los cánones generales de bonito versus aquello que se ve dañado y maltratado. Nuestras “ventanas rotas”, que se mantienen rotas y a nadie parece importarle, menoscaban nuestra calidad colectiva de vida y nos sumergen en la costumbre de lo mediocre.
Nada encadena más a un pueblo que una mala costumbre enquistada en su ideario colectivo. En contraste, tenemos el ejemplo del Metro de Panamá (una ventana en buen estado), que tiene mantenimiento adecuado y es cuidado por la gente.
Tomar fotos de la basura, la inundación o la acera llena de maleza y subirla a las redes ayuda poco; por el contrario, ser factores de cambio en la concienciación de nuestros hijos, no dañar lo público y exigir adecuadas infraestructuras bajo protesta ciudadana civilizada y proactiva, es un deber de todos.
Sugiero que, de una en una, reparemos todas nuestras “ventanas rotas”.
El autor es abogado especialista en banca, mercado de capitales y seguros.