La trampa de Tucídides y Pete Hegseth

Hace 24 siglos, el historiador ateniense Tucídides hizo una observación que suele aparecer en los debates sobre la actual relación entre Estados Unidos y China: cómo Atenas, la potencia emergente, provocaba el miedo en Esparta, la potencia consolidada, y hacía inevitable la guerra entre ambas. Esta idea de que el campeón y el rival están condenados a enfrentarse se conoce como la trampa de Tucídides y, aunque las comparaciones entre dinámicas de poder en distintos momentos históricos pueden ser engañosas, la lógica de Tucídides sigue siendo válida en el siglo XXI.

Aunque ambos países comparten el mismo sistema económico, difieren en un punto clave: la “empresa privada” del país asiático es dirigida de manera jerárquica y autoritaria por comités del Partido Comunista de China (PCCh), con el fin de evitar, a toda costa, «caminos equivocados que conduzcan a la especulación, burbujas financieras y esquemas piramidales». Para ese crecimiento vertiginoso fue clave la captación de las élites: hicieron socios estratégicos de la nueva Ruta de la Seda digital a los comerciantes y empresarios del establishment político.

Estamos en una guerra fría tecnológica, donde se están construyendo dos ecosistemas en línea distintos, y China solo pide ser considerada fuerte, capaz, sabia, benévola e íntegra. El ecosistema tecnológico estadounidense —con todas sus virtudes y defectos— está construido por el sector privado y regulado (vagamente) por el gobierno. El sistema chino está dominado por el Estado; lo mismo ocurre con la recopilación de big data, el desarrollo de la inteligencia artificial, el despliegue de la tecnología 5G y las defensas frente a los ciberataques, así como las represalias ante estos.

Pete Hegseth sabe que China —y su Ruta de la Seda digital— se encuentra beligerantemente en Panamá. Su desarrollo tecnológico, combinado con su modelo político autoritario y capitalista de Estado, supone un desafío fundamental a los valores de los que dependen la democracia, las libertades individuales, y la estabilidad y prosperidad mundial. La división en dos del ecosistema tecnológico global crea espacios de información y datos distintos, y el país del canal interoceánico está quedando en la tribu del dragón asiático. Una splinternet —es decir, la creación de ecosistemas tecnológicos paralelos— no es solo una amenaza para la globalización, sino también una competencia que podrían perder quienes creen en las libertades políticas.

Cada quien juzga por su condición, y Pete Hegseth sabe que el Plan Marshall fue diseñado, en parte, para crear mercado para las exportaciones estadounidenses y evitar que los gobiernos europeos se alinearan con la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Hoy, temen que en esta nueva guerra fría tecnológica, la deuda de Panamá con China y la nueva Ruta de la Seda digital nos despoje de otros activos estratégicamente valiosos para la nación.

China no olvida el siglo de humillación. No olvida que los occidentales se dedicaron a venderle opio en el siglo XIX. Y ya sabemos su respuesta en el siglo XXI: más de medio millón de personas han muerto como consecuencia de opioides sintéticos que se producen en China. De la Guerra del Opio hemos pasado a la guerra de opioides contra Estados Unidos.

Los políticos estadounidenses temen que China reescriba las reglas que crearon y protegieron el dominio estadounidense en el mundo posterior a la Guerra Fría, y que esas nuevas reglas socaven el atractivo global de la democracia y la libertad individual.

En 2012, durante el primer mandato del primer ministro del Reino Unido, David Cameron, se produjo una reunión entre el jefe de gobierno británico y el Dalái Lama. El Partido Comunista Chino reaccionó anunciando el grave deterioro de las relaciones diplomáticas con Reino Unido y suspendió sus inversiones en ese país. Las inversiones asiáticas regresaron luego de una reunión de acercamiento entre diplomáticos de ambos países, en la que los europeos leyeron en voz alta —y de pie— un folio con el texto de disculpa que les habían entregado los miembros del partido asiático.

El Partido Comunista vino a Panamá en marzo de 2025, y Hegseth espera que no hayamos iniciado la interconexión eléctrica con empresas de capital asiático-sudamericano, que hayamos suspendido el control previo de las compras del Seguro Social a China, y que no hayamos reactivado la minería de tierras raras en Donoso luego de haber leído en voz alta —y de pie— disculpas al PCCh durante la visita del partido hace unas semanas.

El autor es médico sub especialista.


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