Exclusivo Suscriptores

La trampa del sistema: cuando culpar se vuelve más fácil que pensar

Nos enseñaron a culpar al sistema. Es la excusa más sofisticada de nuestra época: una forma elegante de decir “no puedo hacer nada”. Pero ese supuesto enemigo no vive fuera de nosotros. No es una máquina fría ni un fantasma político. Es un espejo de nuestras decisiones, silencios y conveniencias.

Lo alimentamos cada día cuando obedecemos sin pensar, cuando callamos por comodidad o cuando fingimos no ver las injusticias que nos benefician. Nos saltamos filas, celebramos al que “resuelve” sin importar cómo, copiamos trabajos, participamos en chismes que dividen más que informan… y hasta reelegimos a políticos que roban. Cada uno de estos actos cotidianos refuerza el sistema que tanto criticamos, y aun así preferimos señalarlo desde lejos, como si fuéramos inocentes de lo que censuramos.

Esa es la paradoja: rompemos las reglas sin culpa cuando nos conviene, pero nos volvemos obedientes cuando el cambio exige valentía. Tenemos una inteligencia afilada para lo individual, pero la usamos poco para lo colectivo. Si somos capaces de manipular el sistema para sacar ventaja, ¿por qué no usar esa misma astucia para no hacer daño?

La pregunta incomoda porque desnuda nuestra hipocresía: exigimos justicia mientras jugamos con las mismas trampas que decimos detestar. Pensemos en el jefe que siempre busca culpables, en los colegas que chismean para medrar o en los gremialistas que promueven más conflictos que soluciones. Cada vez que nos dejamos arrastrar por sus juegos o nos quedamos callados, reforzamos la maquinaria del sistema que tanto criticamos.

Y mientras tanto, el sistema —ese gran “culpable” que tanto odiamos— se fortalece. Aprende a distraernos, a dividirnos, a vendernos indignación en cómodas cuotas emocionales. Cuanto más creemos que no tenemos poder, más fácil somos de controlar.

El sistema no necesita tiranos; necesita ciudadanos distraídos. Se sostiene con cada “así son las cosas” dicho con resignación. Y ahí está su trampa más perfecta: convencernos de que pensar no sirve, que nada cambia, que la reflexión es una pérdida de tiempo.

Culpar al sistema es, en el fondo, una forma de rendición. Es más cómodo repetir el papel de víctima que asumir la responsabilidad de transformar. Ninguna estructura injusta sobrevive sin personas que la imiten, la repitan o la justifiquen.

Antes de volver a decir “es culpa del sistema”, mire bien alrededor.

Tal vez descubra que el sistema no está tan lejos: responde sus correos, le paga el sueldo, le da “me gusta” en redes y hasta comparte su cansancio los lunes.

No es un monstruo externo, es un hábito colectivo con rostro humano.

Y si todo sigue igual, quizá no sea porque el sistema es invencible, sino porque aún nos resulta demasiado cómodo pertenecerle.

Pensar sigue siendo el único acto verdaderamente subversivo.Pero claro… es mucho más fácil culpar al sistema.

La autora es profesora de filosofía.


LAS MÁS LEÍDAS

  • Las rutas que están usando los viajeros para entrar y salir de Venezuela en medio de la crisis aérea. Leer más
  • Aprehenden a funcionaria de la CSS que presuntamente cobraba por agendar citas en la Ciudad de la Salud. Leer más
  • Mulino califica como ‘negligencia absoluta’ las medidas cautelares dadas a presuntos narcotraficantes. Leer más
  • Entrevista exclusiva: IATA revela cómo el aislamiento aéreo de Venezuela tendrá un fuerte impacto en la región. Leer más
  • Inicia la construcción del hospital para perros y gatos por $14.1 millones, adjudicado a la empresa que restaura la villa diplomática. Leer más
  • Otorgan depósito domiciliario a César Caicedo, padre de Dayra Caicedo, por condición médica. Leer más
  • Nota de la Junta Directiva de Corporación La Prensa, S.A.. Leer más