En el marco del Día del Trabajador, quiero rendir homenaje a un ser humano excepcional que trabajó incansablemente hasta su último suspiro: Francisco. Un hombre que, con su vida y su ejemplo, demostró que el trabajo más valioso es el que transforma corazones y sociedades.
Francisco lideró en tiempos de crisis. Inspiró a millones a ser más misericordiosos, cercanos e inclusivos. Fue técnico químico, sacerdote, profesor en escuelas y universidades, autor de libros, un hombre de sólida formación política y sensibilidad desbordante. Su vida fue un llamado constante a no dejar pasar el partido de la vida, sino a jugarlo con pasión y entrega.
Su papado fue un torrente de primeras veces: el primer Papa latinoamericano, el primero en elegir el nombre Francisco, el primero perteneciente a la Compañía de Jesús. Cada elección, cada gesto, estuvo cargado de significado. Su liderazgo fue profundamente disruptivo: pidió disculpas a las mujeres, a los pueblos originarios, a las víctimas de abuso por parte del clero. No se limitó a administrar una institución milenaria: corrió al encuentro de los más olvidados.
Francisco nos recordó que “no sirve de mucho la riqueza en los bolsillos cuando hay pobreza en el corazón”. Vivió con una austeridad que no era vacía, sino plena de significado. Desde su elección de vestimenta sencilla hasta el cuarto donde descansó sus noches, pasando por el humilde ataúd en el que descansa y el lugar donde quiso ser enterrado, todo hablaba de coherencia y autenticidad.
Su funeral fue reflejo de su vida: 40 invitados especiales, cada uno sosteniendo rosas blancas, representaron a las personas sin hogar, a los migrantes, a los prisioneros, a las personas transgénero. Ellos recibieron la urna que contenía sus restos en la Basílica Mayor Santa María. Francisco quiso que quienes siempre estuvieron al margen fueran el centro. Porque “el único momento lícito para mirar a una persona de arriba hacia abajo es para ayudarla a levantarse”.
Hoy, su mensaje resuena profundamente en mi corazón, como mujer, como madre, como latina y como trabajadora al servicio de los niños. Francisco nos invitó a cambiar el miedo por sueños: “Sustituyan los miedos por sueños, no sean administradores de miedo sino emprendedores de sueños”. Nos enseñó que “quien ama no se queda de brazos cruzados, quien ama sirve y quien ama corre a servir, corre a entregarse en el servicio a los demás”.
Francisco deja un recuerdo luminoso: una vida vivida sin lujos, pero llena de sentido. Un testimonio que nos recuerda que los grandes cambios comienzan en los gestos pequeños, en las decisiones cotidianas, en la elección de jugar el partido de la vida con amor, justicia y valentía.
Hoy, desde el lugar que ocupamos en la vida —seamos padres, maestros, médicos, abogados, legisladores o gobernantes—, Francisco nos deja una tarea urgente: trabajar juntos, sin divisiones ni excusas, por el bienestar de nuestros niños y adolescentes, que son el futuro de Panamá y del mundo.
Nuestro partido no puede jugarse en soledad ni con indiferencia. Es momento de asumir nuestro rol, de sumar nuestras manos y corazones en favor de quienes más nos necesitan. Porque, como dijo Francisco: “La vida es un partido que se juega en conjunto, que se juega en equipo; solo no se puede jugar”.
La autora es pediatra.

