La segunda administración de Donald Trump se ha caracterizado por el rol dominante que juegan los llamados tecno-oligarcas, con Elon Musk a la cabeza, que ha sido encargado de la transformación del aparato estatal a la vez que del debilitamiento de las bases constitucionales de Estados Unidos. En apenas 40 días de gobierno, se ha observado un giro hacia una tecnocracia empresarial que ejerce el poder sin contrapesos democráticos.
Lo que une a esta nueva élite es una mezcla ideológica de dos corrientes aparentemente opuestas: el neorreaccionarismo, que aboga por un retorno a sistemas autoritarios y jerárquicos, y el anarcolibertarismo, que ve al Estado como una entidad coercitiva que debe ser sustituida por el mercado. Ambas ideologías comparten un profundo rechazo a la política tradicional, los partidos y las instituciones democráticas, considerándolas corruptas o ineficientes.
Esta fusión ideológica está erosionando tanto el sistema de relaciones internacionales como los mecanismos democráticos tradicionales, mediante la eliminación de regulaciones, el fortalecimiento del poder empresarial y la consolidación de un sistema donde las élites económicas gobiernan sin restricciones estatales. Este nuevo modelo de autoritarismo digital y tecnocrático ha sido descrito como el anarcofascismo
El neorreaccionarismo, surgió en la primera década del siglo XXI como una respuesta al supuesto fracaso del liberalismo democrático. Curtis Yarvin (alias Mencius Moldbug) propuso una “monarquía tecnocrática”, donde el gobierno se gestione como una empresa eficiente. Nick Land, por su parte, llevó esta idea a un extremo, promoviendo la inteligencia artificial y la automatización como reemplazo de la democracia.
Esta corriente ha trascendido el ámbito intelectual, influyendo en figuras como Peter Thiel, cofundador de PayPal, y mentor y financiador del vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, quienes han manifestado su desprecio por la democracia, argumentando que el progreso tecnológico requiere estructuras de poder más centralizadas.
Por otro lado, el hombre más rico del mundo y director ad honorem del flamante Departamento de Eficiencia Gubernamental de Estados Unidos, Elon Musk, ha promovido ideas alineadas con este pensamiento, incluyendo la tecnocracia, la privatización del espacio y la manipulación de la opinión pública mediante redes sociales. Por su parte, Donald Trump ha sido el principal catalizador de la implementación práctica de muchas ideas neorreaccionarias. Aunque no es un intelectual ni un teórico del movimiento, su estilo de gobierno—basado en la erosión de las instituciones democráticas, el culto a la personalidad y el uso del poder corporativo y mediático para consolidar su autoridad—encaja con la propuesta de Yarvin de un líder “CEO” que dirige el Estado como una empresa privada.
El carácter anarcofascista de la administración Trump se puede ver en la forma en que ha buscado socavar la burocracia federal, deslegitimar a los medios de comunicación tradicionales y fortalecer su control sobre las fuerzas del orden.
La convergencia entre el anarcolibertarismo y el anarcofascismo radica en su rechazo común al Estado en su forma tradicional y en su apuesta por la privatización del poder. Aunque parten de supuestos filosóficos distintos—el anarcolibertarismo desde una óptica ultracapitalista y el anarcofascismo desde una visión autoritaria y tecnocrática—ambos terminan coincidiendo en varias ideas clave que los acercan más de lo que sus aparentes diferencias podrían sugerir, entre ellas el rechazo del Estado y preferencia por la privatización, el individualismo radical acoplado con una jerarquía elitista, el desprecio por la democracia liberal y la influencia de la tecnología como herramienta para desplazar el poder gubernamental tradicional. Plataformas como Twitter/X y sistemas de inteligencia artificial pueden utilizarse para manipular la opinión pública y controlar el discurso sin necesidad de represión estatal directa. La privatización de la censura y el control informativo por parte de empresas tecnológicas es un mecanismo clave de este nuevo modelo de poder, así como una insaciable disposición a medrar con las criptomonedas, como medio de intercambio libre de la regulación estatal.
El anarcofascismo es una fusión de autoritarismo descentralizado y tecnocracia extrema. A diferencia de los regímenes fascistas tradicionales, no se basa en un Estado fuerte, sino en corporaciones y élites tecnológicas que ejercen un dominio absoluto sobre la sociedad sin estructuras democráticas.
Si bien el anarcolibertarismo y el anarcofascismo tienen diferencias en sus fundamentos filosóficos, en la práctica coinciden en la destrucción del Estado como garante del bien común, el fortalecimiento del poder empresarial y la erosión de la democracia liberal. En última instancia, ambos modelos conducen a sociedades gobernadas por élites económicas sin control estatal, lo que puede desembocar en una forma de autoritarismo de mercado, donde la libertad individual se reduce a la capacidad de competir en un sistema diseñado para beneficiar a los más poderosos.
A medida que figuras como Musk, Vance y Trump, y sus imitadores en todos los continentes, entre ellos Milei y Bukele en América Latina, Modi en la India, Erdogan en Turquía, Orban en Hungría y los neonazis de la AfD en Alemania, continúan implementando estos principios, el desafío para las democracias del siglo XXI será resistir la erosión institucional y el dominio corporativo sobre la información y la política. Ante este panorama, el deber de todo demócrata es resistir, de la forma más efectiva posible, puesto que de no hacerlo, nos convertiremos en cómplices o títeres.
El autor es médico salubrista.
