El 13 de octubre de 1917, en el pequeño pueblo de Fátima, Portugal, más de 70 mil personas fueron testigos de uno de los fenómenos más extraordinarios del siglo XX: el llamado milagro del sol. Bajo la lluvia y el barro, una multitud incrédula y esperanzada vio cómo el sol giraba sobre sí mismo, lanzando luces de colores y descendiendo como si fuera a caer sobre la tierra. Aquella manifestación celestial confirmó la autenticidad de las apariciones de la Virgen María a tres humildes pastorcitos y, con ello, el llamado urgente a la conversión, la oración y la paz.
Más de un siglo después, en ese mismo día sagrado del calendario mariano, el mundo fue testigo de otra señal luminosa: la liberación de rehenes en medio de un conflicto que ha desgarrado familias y naciones enteras. En medio del dolor y la desesperanza, la libertad de vidas inocentes resuena como un eco del mensaje de Fátima: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”. No se trata de casualidad. Se trata, más bien, de Diosidencia: de un Dios que sigue actuando en la historia, que sigue recordándonos que la fe mueve los hilos invisibles del mundo.
El número 13 no es un detalle menor. En las apariciones de Fátima, cada encuentro entre la Virgen y los pastorcitos ocurrió el día 13 de cada mes, desde mayo hasta octubre. Y este número tiene una profunda raíz bíblica que conecta el mensaje de María con el libro de Ester. En la antigua Persia, el día 13 del mes de Adar fue fijado por Amán, ministro del rey Asuero, como el día destinado a exterminar al pueblo judío. Sin embargo, gracias al valor y la intercesión de la reina Ester, una mujer de fe y silencio, elegida por Dios para salvar a su pueblo, ese día se transformó en un día de liberación.
Los Padres de la Iglesia vieron en Ester una prefiguración de la Virgen María: una mujer elegida por Dios para interceder ante el Rey, poner fin al decreto de muerte y traer vida a su pueblo. Así como Ester se presentó ante Asuero para implorar misericordia, María se presenta ante su Hijo para suplicar por nosotros. En Fátima, en Lourdes, en Guadalupe o en cada rincón donde un corazón reza, María cumple ese mismo papel maternal: el de salvar a su pueblo mostrándole el camino de regreso al amor divino.
Por eso, el 13 de octubre tiene una resonancia espiritual única: une la historia del Antiguo Testamento con la revelación mariana del siglo XX y, ahora, con un nuevo signo de esperanza en nuestros días. La liberación de los rehenes en esta fecha no es una simple coincidencia. Es una lección providencial, una invitación a reconocer que Dios sigue actuando, no siempre con estruendo, sino en los gestos humanos de compasión, en las oraciones silenciosas, en los corazones que aún creen en la paz.
El mensaje es claro: María, la nueva Ester, sigue intercediendo. El número 13 no anuncia tragedia, sino redención. En cada siglo, el mal parece imponerse, pero Dios transforma los días oscuros en días de luz. La danza del sol en Fátima no fue solo un milagro visible, sino una señal eterna de que el cielo nunca abandona a la humanidad, aunque la humanidad parezca haber abandonado al cielo.
Hoy, al recordar el milagro del sol y celebrar la liberación de los rehenes, elevemos una oración por todos los cautivos: los que están tras muros visibles y los que viven presos del miedo, el odio o la indiferencia.
Que la Virgen de Fátima, como Ester, siga presentándose ante el Rey por nosotros, y que aprendamos a confiar en que, incluso cuando todo parece perdido, Dios ya está preparando el milagro.
No es coincidencia. Es Diosidencia.
El autor es empresario y Caballero de la Orden de Malta.

