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POLíTICA

Cuando llueve sobre mojado…

Cuando llueve sobre mojado…
Cuando llueve sobre mojado…

Cuando se dice que llueve sobre mojado significa que no se aporta nada nuevo, que todo sigue igual, que se sigue dando vueltas sobre el mismo tema, como se enuncia en la expresión misma, ya que si llueve sobre mojado, la lluvia ya no es tan efectiva, porque el suelo ya está lleno de agua y echarle más ya no tiene efecto, no es ninguna novedad.

Infiere la insistencia sobre algo que ya ha sido tratado de todas las maneras posible. La repetición de argumentos y propuestas una y otra vez, cuando ya se ha hablado en demasía sobre el asunto.

Desde las postrimerías del gobierno de Mireya Moscoso, el tema constitucional ha estado sobre el tapete. Como resultado de estas inquietudes, surgió el acto constitucional No.1 de 2004, que consolidó el contubernio entre los órganos Judicial y Legislativo, y con el cual se dictaron normas para impedir a toda costa que por iniciativa ciudadana fuera posible instalar una Asamblea Constituyente popular. Si ese supuesto se cumpliera, ninguno de los electos con anterioridad a su vigencia tendrían que ser relegitimados. Todos quedarían atornillados en sus cargos.

Además, quedaba garantizado que las reglas, normas y formas de conducir el proceso, si se diere, quedarían en manos de los sujetos manejados por los partidos políticos y el sector económico nacional: el Tribunal Electoral.

Desde 1989 a la fecha, hemos tenido en el Ejecutivo una serie de presidentes cuya debilidad ha sido evidente y demostrable. Débiles porque son personas sin historial de lucha social, alejados de la masa, políticos de profesión y burócratas por vocación. No han sido electos por su carisma, logros personales en ningún campo, así como tampoco por haber demostrado actuar en interés de la nación.

Han resultado elegidos por sus “conexiones” con los grupos económicos locales, generadores de riqueza con contratos públicos y ser expertos en “operaciones estructuradas” con empresas extranjeras de todo tipo.

En una nación en la que la moral es un estorbo y el trabajo honesto un defecto, con fulgores ardientes de populismo sin gloria, donde los partidos políticos no son centros ideológicos sino trampolines para subir y acomodarse social y económicamente, es imposible que nada cambie por vía democrática y pacífica. Y es por eso por lo que los presidentes que hemos tenido desde 1989 a la fecha, son solo ídolos con pies de barro.

La grandeza de un gobernante no está en su carisma o en su talento; está en su carácter. El carácter es la manera como una persona reacciona habitualmente frente a una situación. Comúnmente, el carácter se divide en fuerte y débil. Un carácter fuerte se conoce por la capacidad de mantener la propia elección, a pesar de adversidades.

Por el contrario, la persona considerada con un carácter débil es fácilmente dominada por los demás, y se dice entonces que no posee la fuerza como individuo para afrontar ninguna situación. Un gobernante con carisma y talento, sin carácter, es como la belleza y sensualidad de una mujer sin virtud. Un instrumento de prostitución y de corrupción.

Desde el inicio del gobierno anterior se ha venido manifestando una especie de fiebre constitucionalista, supuestamente para cambiarlo todo. Varela prometió llamar a una constituyente en los dos primeros años de su gobierno. Cortizo por su lado, prometió que, si no se pasaban las reformas que supuestamente propondría, llamaría a una constituyente.

Pero lo único cierto de todo esto es que la muchedumbre que vota no quiere cambio para nada. Llegaron las elecciones del 5 de mayo, y siguieron votando por los mismos y hasta por peores que los anteriores, nunca defendieron su derecho al sufragio por lo que resultan dudosas las pretensiones que hacen hoy, hasta de las clases más desposeídas que buscan mejorar su situación con algún cambio alguno.

Por su lado, Varela sabía, como debe saberlo Cortizo, que él solo no puede convocar ningún proceso constituyente, si primero no convence a los diputados que a ellos no se les fusilara si así lo decide la Asamblea Constituyente, quienes por mayoría absoluta deben aprobar su solicitud para convocarla y llamar a la elección de los constituyentes, y tampoco fue él ni su gabinete quienes elaboraron esas propuestas, que el prometió recojería de la gente en su época de campaña, sino de un selecto grupo de notables que ni concertaron con nadie ni son de carácter nacional.

Estamos convencidos que no será hasta que la muchedumbre que compone esta oclocracia reaccione y se convierta en un pueblo en todo el sentido de la palabra, y logre empoderarse políticamente con actos de participación política efectivos, todo lo que se diga o escriba, no será sino seguir lloviendo sobre mojado. Cuidado terminamos ahogándonos como ha ocurrido en otras naciones hermanas.

El autor es abogado 


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