En el mundo de la leyenda urbana panameña, la tulivieja y el mal de ojo han sido desplazados por una frase que es preludio a una excusa rápida, una justificación sin pie ni cabeza o simplemente una manera fácil de evitar el necesario reconocimiento de responsabilidad. Desde mis hijos adolescentes hasta altos funcionarios gubernamentales, abusamos (me incluyo) del fatídico “lo que pasa es que…” que ya sin darnos cuenta moldea nuestra manera de pensar. Pareciera que hoy somos esclavos de una muletilla que parece inofensiva, pero que en realidad esconde frustración, tristeza y, sobre todo, un dejo de resignación. La usamos para justificar lo que no funciona, para explicar por qué no cambiamos, para aliviar momentáneamente la incomodidad de enfrentar problemas que requieren una exploración más profunda de nosotros. En pleno siglo XXI, si realmente anhelamos un país que avance con propósito, debemos atrevernos a eliminar excusas que nos permitan enterrar de una buena vez esa tendencia a caer en explicaciones complacientes y mirar de frente la raíz de nuestras dificultades.
Porque indudablemente esas raíces existen. Y duelen. Los casos recurrentes de corrupción sin consecuencia alguna ante la endeble administración de justicia nos colocan como uno de los países más corruptos de la región —las vigas de acero “extraviadas”, los contratos y planillas infladas, los estadios deportivos que terminan costando 3 y 4 veces lo presupuestado (si es que se terminan), los proyectos que nacen torcidos y después hay que “arreglar” con adendas y túneles inventados— no son accidentes aislados. Son síntomas de una cultura que tolera el “lo que pasa es que así funciona todo”. Y esa frase, repetida sin resistencia, termina destruyendo la necesaria cohesión social y debilita aún más las instituciones, aumentando la distancia entre lo que decimos aspirar y lo que realmente hacemos.
Pero aquí es donde conviene hilar un poco más fino y evaluar alternativas. Podemos quedarnos empantanados en el lamento contagioso que sólo suma oscuridad o quizás conviene preguntarnos: ¿qué necesitamos los panameños para tomar decisiones más responsables? ¿Cómo reemplazar el “lo que pasa es que” por un “esto podemos hacerlo mejor”?
La respuesta, por supuesto, no es mágica. Pero sí es clara: necesitamos planificación, certeza de castigo, apego a la data e innovación. Cada foro, cada plataforma de discusión pública tiene que integrar evidencia que genere un intercambio que nos abra el horizonte de conversación. De poco sirve aferrarnos a etiquetas ideológicas porque tanto la izquierda como la derecha y los moderados deben exigir datos, pedir cuentas y valorar procedimientos para que sus opiniones generen tracción en el intercambio que llevará a un país más próspero. La improvisación permanente es quizás nuestro vicio más costoso: hoy somos bananeros y mañana no. Hoy somos mineros y mañana no. Y la planificación, aunque parezca un concepto aburrido, es la herramienta que convierte los sueños en rutas concretas.
La consecuencia económica de perder la lucha contra la corrupción es incalculable y condena al pobre a seguir siendo pobre. Esa lucha no se libra únicamente desde los tribunales; también se pelea en la mente de cada ciudadano que decide no normalizar lo inaceptable. Por eso es vital entender que $200 millones de dólares en laptops quedarán desfasadas en minutos si en las escuelas no enseñamos pensamiento crítico desde primaria. Eliminar el “lo que pasa es que” no significa negar la complejidad del país. Significa asumirla con madurez. Significa entender que Panamá no necesita a un mesías que cada cinco años aparezca con las pócimas más encantadoras, sino ciudadanos comprometidos; no necesita discursos rimbombantes, sino decisiones informadas; no necesita esperar un milagro, sino construir con disciplina.
Viendo a mis hijos en sus respectivos malévolos celulares, me pregunto con gran inquietud cuál debe ser la pregunta correcta: “¿cómo paro de decir lo que pasa es que?” para cambiarla por “¿qué puedo empezar a hacer para que esa frase ya no nos haga falta?”. Cuando cada uno de nosotros encuentre su propia respuesta —pequeña, cotidiana, imperfecta—, estaremos más cerca de un Panamá que avanza porque encontró su auténtico norte y no porque se resigna a justificarse a sí mismo.
El autor es economista.

