Los castrati fueron, en el siglo XVI, niños a quienes se les practicaba la castración antes de la pubertad para conservar su voz aguda y de soprano, pero con la potencia pulmonar de un adulto. Eran los grandes protagonistas de la ópera barroca: hombres con voz de ángel y cuerpo mutilado, venerados por su arte y víctimas de su destino. Surgieron porque las mujeres tenían prohibido cantar en los escenarios, y su fama se extendió por toda Europa. Carlo Farinelli, el más célebre, cantó ante reyes y multitudes pero padeció, como los demás, secuelas físicas y psicológicas de por vida. La práctica fue prohibida a finales del siglo XIX.
Al leer estos días las discusiones sobre los recortes presupuestarios en la Ley de Presupuestos del Estado para 2026, recordé la práctica de los castrati: para conseguir algo bueno, recortemos.
Las autoridades del MEF justifican los recortes al presupuesto 2026 por la falta de ingresos del Estado y la necesidad de reducir el déficit fiscal. Tiene lógica: si no hay ingresos y no se quiere aumentar la deuda, hay que recortar. Pura matemática.
Eso, a pesar de que la propia web de la Dirección General de Ingresos (DGI) del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) publicó el pasado 20 de agosto de 2025 lo siguiente: “La recaudación de los ingresos corrientes del Estado, en el primer semestre de 2025, alcanzó los B/.4,019.9 millones, un incremento de B/.417.5 millones (11.6%) en comparación con el mismo período de 2024. Esto refleja el esfuerzo constante de la administración tributaria por consolidar la política fiscal y optimizar la recaudación. Panamá se encamina a cerrar el 2025 con bases sólidas para financiar proyectos prioritarios, preservar la estabilidad macroeconómica y garantizar que las políticas públicas continúen elevando la calidad de vida de la población”.
Volviendo a la lógica del presupuesto 2026, la pregunta es: ¿qué debemos recortar? Esa es una decisión de nuestras autoridades.
Lo que sí tengo claro es que nunca se debe recortar en educación ni en alimentación. Usted, querido lector, si tuviese que ajustar su presupuesto familiar, quizá dejaría para después el cambio de auto o las vacaciones, pero nunca la educación de sus hijos. Eso sería, en el plano intelectual, hacerles lo mismo que a los castrati del inicio de este artículo.
Recortar los fondos para universidades, escuelas técnicas o investigación es un error grave. La educación y la ciencia son el alimento del alma de un país. Cada año de retraso en educación e investigación es un año de atraso en el desarrollo nacional. Es pan para hoy y hambre para mañana.
Hay países que, a pesar de situaciones económicas o políticas complejas —incluso con déficit fiscal—, no recortan en educación: Noruega, Suecia o Austria, entre otros, mantienen su compromiso con el conocimiento. Por eso les va bien.
Todo lo contrario parecen querer hacer nuestras autoridades. No niego el déficit fiscal ni la necesidad de disciplina presupuestaria, pero critico que se recorte precisamente donde más se necesita invertir: en el futuro.
Lo advirtió Audrey Azoulay, directora general de la Organización de Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura, en la Reunión Mundial sobre la Educación de 2024: “La educación es el motor clave de sociedades prósperas, inclusivas y pacíficas. Sin embargo, la educación de calidad corre el riesgo de ser el privilegio de unos pocos si no se toman medidas serias para dar a todos los niños del mundo la misma oportunidad de aprender y prosperar. Pedimos un liderazgo audaz para aumentar las inversiones en educación y fortalecer la solidaridad entre países”.
Nuestras autoridades deberán aprobar el monto del presupuesto que estimen conveniente para 2026, pero deben asumir el daño que provocarán al país si recortan en educación, incluida la universitaria. Cada año con 1 % menos de inversión equivale a medio año de retraso educativo. Dígale a su hijo que perderá medio curso universitario.
Ojalá recapaciten nuestras autoridades —cuyos familiares, probablemente, estudien en instituciones privadas—.Y usted, lector: si tuviera que recortar por necesidad, ¿no es cierto que lo último que tocaría sería la educación de sus hijos?
El autor es doctor en Derecho y profesor de la Universidad de Panamá.
