En los tiempos escolares, los “juega vivos” que se colaban en las filas o se copiaban en los exámenes lo celebraban como una muestra de astucia, una gracia entre compañeros. Pero nada de eso puede parecernos hoy un chiste ni una virtud. Sin embargo, tenemos ciudadanos que siguen dando su voto a varios de esos “juega vivos” que desaparecen millones de las arcas del Estado como si se tratara de una broma.
Han pasado filas de gobiernos en “democracia” en los que algunos funcionarios de alta jerarquía han realizado movimientos que terminan “mágicamente” en cuentas personales, con la complicidad de una “justicia” que nunca los alcanza. Transitan libres, mantienen propiedades y cuentas bancarias intactas, sin explicación lógica ni justificación para su fortuna. La única explicación posible es que existe complicidad y contactos en el poder que resuelven las cosas sin importar cómo.
Un partido político, que en unas semanas debe renovar su directiva, presenta entre los candidatos a exfuncionarios con escándalos de corrupción, como si ese fuera un requisito para el puesto. Los valores parecen invertidos: ¿se premia la deshonra o se ha puesto de moda ser corrupto?
Las instituciones encargadas de combatir la corrupción no se han hecho sentir. Las pérdidas para el país suman miles de millones sin recuperar y sin culpables. Los pocos condenados reciben medidas cautelares o penas leves. Hay un relajo en la justicia: quien hoy está detenido, mañana no lo está, y si devuelve algo, es una ínfima parte de lo robado.
Tampoco se puede olvidar que, al momento de votar, un porcentaje importante del electorado repite su apoyo a políticos involucrados en escándalos millonarios, olvidando sus malos manejos y el daño causado al país.
Lo más irónico es que, mientras se discuten leyes para prevenir la corrupción, algunos diputados las desprecian abiertamente, demostrando que su interés es personal. Cuentos ridículos como estos degradan al país y confirman la tesis de que primero, segundo y tercero va el “yo”, y el país no importa. Afortunadamente, una comisión ad hoc podría hacer el trabajo que corresponde a los diputados, aunque a algunos les suba la presión al ver un país que aspira a ser decente.
Si el país se divide en la lucha contra la corrupción, perderemos la carrera. Pero si nos unimos —al votar y al apoyar a partidos no tradicionales o candidatos independientes que demuestran verdadera integridad— podremos recuperar la democracia que hoy se desmorona en pedazos.
La justicia, la equidad social, la salud, el ambiente y la educación no pueden administrarse como negocios, ni con la mentalidad del “¿qué hay pa’ mí?”. Solo con una visión ética y de futuro podremos rescatar al país.
Si nuestro destino se orienta hacia una visión de país para todos, y no para unos pocos, bienvenidos sean los cambios. Frenemos la corrupción y a sus cómplices.
El autor es Mgtr. en Salud Pública y miembro del partido Movimiento Otro Camino.

