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Manejando en la Transístmica

El pasado domingo manejé por la vía Boyd-Roosevelt (Transístmica) hacia Las Cumbres, como lo hago regularmente desde hace casi seis meses, y quiero compartir esta experiencia que, día a día, viven miles de panameños: no solo padecen una vía severamente deteriorada, sino también la imprudencia en la conducción de vehículos.

La Transístmica, como popularmente se le conoce, fue en su momento la principal vía de comunicación entre las ciudades de Panamá y Colón, beneficiadas por su posición estratégica en la entrada y salida del Canal de Panamá. Hoy, aunque sigue siendo importante para el comercio mundial, ha tenido que compartir protagonismo con rutas más modernas y expeditas. Sin embargo, para quienes residen o estudian en Panamá Norte, San Miguelito y áreas vecinas, continúa siendo una de las pocas alternativas básicas para movilizarse hacia y desde el centro financiero y comercial de la capital.

Quienes viajan al interior del país dan fe del mantenimiento de la vía Panamericana, pero quienes deben usar la Boyd-Roosevelt sufren de su deterioro, causado por el tránsito constante de autobuses, autos, motos, camiones y otros vehículos. El asfalto, que alguna vez cubrió la vía, está tan dañado que obliga a los conductores a “chifear” los huecos producidos por el uso y el abandono, o por las lluvias de los últimos meses.

Esto convierte a la arteria en una amenaza para quienes se ven forzados a usarla. A ello se suma un tramo en “ampliación/reparación” que no muestra avances considerables. Algunos sospechan que la lentitud de la obra favorece a los pocos agentes de tránsito presentes, que en vez de regular el tráfico se enfocan en multar a quienes intentan esquivar los huecos.

Si terminaran pronto esa obra, habría tiempo y recursos para atender las reparaciones urgentes, lo que aliviaría el dolor de cabeza de quienes transitan diariamente. Es un consejo al oído de quienes tienen la responsabilidad.

Aprovecho para señalar que no solo en esta vía, sino en todo el país, pareciera que las licencias de conducir se reparten como en “cajitas felices”. Falta respeto, solidaridad y valores básicos al volante. A veces da la impresión de que los niños en “carritos locos” de feria manejan mejor que muchos conductores. La Autoridad de Tránsito y Transporte Terrestre también tiene su cuota de responsabilidad, pero de allí a pensar que se puede hacer lo que se quiera, mientras no nos atrapen, es inaceptable.

Y cuidado si el auto es grande y caro: muchos de sus dueños creen tener privilegios y estar por encima de la ley, alardeando de sus “padrinos”.

Ojalá quienes deben construir o reparar la Transístmica lo hagan de una vez por todas, y quienes la utilizamos lo hagamos con más responsabilidad y sentido común. Asimismo, que los agentes de tránsito entiendan que su función principal es ayudar a que la circulación sea más fluida, en lugar de enfocarse únicamente en imponer multas que ni corrigen ni previenen, pero sí alimentan la corrupción que tantos hemos sufrido.

El autor es dirigente cívico y analista político.


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