Este texto nace de la escuela pública. De esos salones sin aire, de los pupitres remendados, del ruido y la lluvia que acompañan a quienes aprenden sin privilegios. Está dedicado a los que estudian para entender, no solo para aprobar; a quienes resisten con dignidad y transforman la adversidad en esperanza.
Cada 27 de octubre, las escuelas panameñas se visten de colores y de una alegría superficial, una fachada que, sin embargo, oculta la verdadera raíz histórica de este día.
Se organizan concursos, se entregan regalos y se reparten meriendas, como si el Día del Estudiante fuera un evento meramente recreativo.
Las aulas se llenan de carteles festivos y discursos vacíos que, si bien celebran al “futuro de la nación”, ignoran el pasado que nos trajo hasta aquí.
Pocos se detienen a preguntar: ¿por qué celebramos este día? ¿Qué se conmemora realmente?
Spoiler: no fue creado para premiar la puntualidad ni el talento en bailes folclóricos.
La historia —o, mejor dicho, lo que nos han hecho olvidar—nos recuerda que este día nació con un espíritu rebelde, ético y profundamente político.
No es un carnaval: es un recordatorio de coraje, conciencia y lucha.
Es la voz de quienes se atrevieron a cuestionar el poder, incluso cuando todo parecía perdido.
El 27 de octubre se conmemora como el Día del Estudiante porque recuerda la resistencia de los jóvenes frente a la injusticia y la mediocridad.
Los estudiantes han sido protagonistas de la historia, defendiendo sus derechos y la dignidad de su pensamiento.
Un ejemplo inquebrantable es la Gesta del 9 de enero de 1964, cuando jóvenes panameños se enfrentaron a la intervención extranjera para defender la soberanía nacional.
No buscaban premios ni aplausos: defendían la patria con su vida.
Ese acto heroico marcó la historia y enseñó que ser estudiante es mucho más que asistir a clases: es tener coraje, ética y voz frente a cualquier injusticia.
Es organizarse, cuestionar, resistir y exigir un país más justo, aunque el sistema parezca inclinarse en su contra.
Ser estudiante hoy no puede limitarse a la mera consecución de buenas notas o la aprobación de exámenes.
Ser estudiante es pensar, cuestionar y actuar. Es resistir la mediocridad, desafiar lo establecido y defender la verdad, aunque duela.
Un estudiante con pensamiento crítico vale infinitamente más que mil decoraciones de salón.
Lamentablemente, la educación actual premia la obediencia, no la conciencia; premia la repetición, no la reflexión; premia la conformidad, no la valentía.
El Día del Estudiante no necesita más dulces, ni coreografías, ni carteles repetidos. Necesita memoria, ética y coraje. Necesita recordarnos que los estudiantes han sido, y seguirán siendo, la fuerza que mueve la historia, la voz que no se rinde y la conciencia que despierta a toda la nación.
Si este año recordamos que:
-El conocimiento sin ética se convierte en cinismo.
-El talento sin coraje se diluye.
-La educación sin memoria es solo decoración institucional.
Entonces estaremos honrando de verdad a quienes lucharon antes que nosotros.
Ser estudiante es tener el valor de decir “no” cuando todos aplauden. Es defenderse del sistema, cuestionar lo que todos aceptan, levantarse aunque el mundo te ignore. Es saber que, si alguien extiende su mano como símbolo de poder, no estás obligado a estrecharla si eso traiciona tu conciencia.
El Día del Estudiante no nació para entretener.
Nació para recordar que hubo jóvenes capaces de pensar, actuar y cambiar la historia, que no se conformaron con lo cómodo ni lo fácil.
Si vamos a celebrarlo, que sea con memoria, con preguntas, con voz, con coraje y con dignidad.
Porque los globos se desinflan. Porque los aplausos se olvidan.
Pero la conciencia y la valentía permanecen para siempre.
La autora es profesora de filosofía.

