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Mi esposa y el arte de la observación constante

Mi esposa y el arte de la observación constante
Monitoreo doméstico de alta precisión. Imagen de IA (OpenAi)

Hay talentos ocultos que deberían entregar en la sala de partos junto al bebé: uno es el instinto materno, y el otro —mucho más desarrollado— es la capacidad de la esposa para vigilar al marido con la eficiencia de un dron militar.Mi mujer, por ejemplo, no necesita cámaras, sensores ni inteligencia artificial: con una sola mirada me escanea de pies a cabeza y detecta fallas que ni el Servicio Nacional de Migración encuentra en un pasaporte falso.

Apenas entro a la casa, dispara el diagnóstico preliminar:

—¿Tú te viste en un espejo o en una cubeta de agua?

Eso no es una pregunta; es un ultimátum. Quiere decir que algo en mí —camisa, zapato, aura o espíritu— está fuera del reglamento doméstico. Mi esposa tiene estándares tan altos que, si revisara la vestimenta de los santos, seguro mandaba a San Pedro a plancharse la túnica.

Tiene, además, una memoria selectiva que ya la quisiera la Corte Suprema. Se le olvida pagar la luz, pero recuerda exactamente cómo respiré durante una discusión en 2018. Y lo cita. Con fecha, hora, clima y hasta testigos imaginarios:

—Ese día lo dijiste con tono de burla, yo me acuerdo.—Pero si estábamos en un restaurante lleno de gente.—¡Precisamente por eso lo dijiste! Para que no pudiera reclamarte.

Cada salida social activa el Operativo Licencia. Ahí comienza la búsqueda: en la cartera, en el tocador, debajo del gato, dentro del microondas… Una vez apareció en el refrigerador, al lado del pote de dulce de leche (su debilidad). Yo, ya sentado en el carro practicando respiración de monje tibetano, solo escucho su mantra sagrado:

—¡Yo la tenía aquí, te juro que estaba aquí!

Pero claro: su habilidad para extraviar documentos se compensa con su obsesión por encontrar mis defectos. Para eso no necesita buscar: están “a la vista”, según ella. No pasa un día sin su examen de auditoría estética:

—¿Y así vas a salir?—Sí.—Bueno, tú verás… después no digas que no te advertí cuando la gente te mire raro.

A veces remata con su frase legendaria:

—Mi familia siempre me dijo que no me metiera contigo.

Y yo solo sonrío, porque ya acepté que soy como ese electrodoméstico que salió con falla mecánica, pero uno le agarra cariño y no lo cambia porque, bueno… ya hace ruido, pero todavía funciona.

Mi esposa regaña cada quince minutos, pregunta cosas que no tienen respuesta y tiene un radar que la hace aparecer exactamente cuando estoy haciendo algo que juré que no haría. Pero también es la que me evita hacer el ridículo en público, la que me endereza el cuello de la camisa, la que me dice que coma, que me peine, que no salga con el cierre abajo, que no haga el “oso”.

En resumidas cuentas: sin su vigilancia, mi vida sería más tranquila… pero posiblemente aburrida y desordenada. Y aunque lo niegue, cada vez que me suelta un “¿de verdad vas a salir así, cariño?”, lo que en realidad dice —con su tono medio bravo y su amor a prueba de mi existencia— es:

“Me importas, pero por favor, ¡hazme el favor de no salir como fugitivo!”.

El autor es ingeniero retirado.


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