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Miseria intelectual

“¿Pero cómo se le ha ocurrido eso?”

Estoy seguro de que una parte de la población se hace esta pregunta varias veces al día, cuando nos enfrentamos con las actuaciones de gente que, desafiando el gran Descartes, existe sin pensar aparentemente.

En la calle, en los centros comerciales, en lugares públicos y privados, no hay lugar seguro de alguna aberrante actuación de nuestro prójimo. Y vemos de todo. Desde gente que no bien se termina la empanada que pidió y tira el paquete en el suelo por donde va, hasta el que se estaciona en lugares reservados para personas con alguna discapacidad motora, siendo su propia discapacidad moral, no física. Hay que entender que los que se comportan de esta manera tienen discapacidades mentales, pero eso no les autoriza a ser un estorbo social como consecuencia de su falta de valores.

Comportamientos que además de estúpidos resultan peligrosos, son la norma. Manejo a contra vía, y hasta por las aceras suceden con tal frecuencia que hemos sido testigos de videos en redes y en la televisión.

Una inteligencia colectiva reducida a un estado tan desdichado en el cual el propio proceso de pensamiento resulta fatigoso, difícil al menos, y hasta imposible en ocasiones es indicativo claro de miseria intelectual.

Si bien en la mayoría de los casos el término miseria se relaciona directamente con la estrechez económica, la carencia de bienes, o incluso con una presentación desprolija, miseria significa falta de aquello que es necesario.

Viéndolo de esta manera, hay muchos tipos de miseria. La hay física y está directamente relacionada con la carencia de alimentos, que en una etapa extrema lleva a la muerte del cuerpo. Esta es una miseria que resulta invisible a nuestras autoridades, pues siguen hablando de crecimiento económico, mientras acá mueren personas de hambre. El país de las diferencias. Lo necesario físico es la salud, y sin alimentos, eso es imposible.

Hay miseria moral, y tiene que ver con esa complicidad que notamos entre un sistema de justicia con bajísima credibilidad, y aquellos delincuentes con billeteras gordas. El incumplimiento del deber socava el fundamento de lo que es necesario moralmente. Mientras al delincuente comprobado, que acá insisten en llamar “empresario”, se le permite robar millones y jamás pisar la cárcel, al que cace una iguana, palo y pa´la loma, literalmente.

Lo necesario moral es lo que da crédito a un país a los ojos de los inversionistas extranjeros, y del mundo. Acá, estamos mal vistos, y con razón. No crean cuentos de chenchén.

La miseria siempre es mala. No hay vuelta de hoja en eso. Y toda miseria surge de la que nos aqueja a todos en el país.

La miseria intelectual es la base sobre la que se edifican los cimientos de los Estados fallidos.

Es un ceder responsabilidades ciudadanas por pereza e inacción a aquellos que, aprovechando la laxitud de los miembros de la sociedad, se ubican en puestos de decisión en una mala imitación de Democracia, y terminan decidiendo por todos, llevándonos lustro a lustro a nuevos récords de deuda y aprietos financieros, crisis creadas por ellos mismos y que juran ser capaces de resolver pero que jamás resuelven, ni tampoco pagan por sus malas gestiones.

El ciudadano termina creyendo que la culpa de todos los males del país son los gobernantes, pero somos en realidad todos, pues sin votos no hay funcionarios de elección. Ellos llegan allí caminando sobre las cabezas vacías de porcentajes bajos, y se establecen por leyes tan desfasadas como absurdas, que permiten administraciones con bajos porcentajes de aceptación. Pero la culpa es del ciudadano, intelectualmente miserable.

Queremos que se resuelvan los problemas, pero que los resuelvan otros. Si bien es aberrante esa manera de pensar, tiene fundamento. Hemos visto cómo el funcionario probo, que denuncia las irregularidades, es botado de su trabajo por hacer lo correcto. Lea eso otra vez, amigo lector. Deshumanizamos hacer lo correcto y elevamos a éxito desfalcar al Estado.

Entonces, ceder nuestra obligación de pensar a otros es una mutilación de nuestra gestión ciudadana. Caemos en el error de creer que entre menos responsabilidades tenemos, más fácilmente podremos gestionar nuestras vidas cuando es precisamente lo contrario.

Entre menos se involucre el ciudadano en los asuntos que rigen al país, menos libre es, pues cedió su derecho a resolver los problemas que le aquejan, a otro que ni siquiera conoce las miserias ciudadanas, ya que vive en el otro extremo de la paleta de colores, que ve en su crecimiento económico la realidad, mientras cobra quincenalmente y recibe seguros privados con el dinero que tributa el ciudadano intelectualmente miserable.

Una vez que el Clero se involucra en las críticas a la gestión administrativa, debemos como ciudadanos ver todos el “red flag”. La vaina no anda bien, y la administración lejos de tomar nota y hacer correcciones, arremete contra todo y todos los que se atrevan a alzar la voz.

Suena a una vaina que ya vivimos. Retrocedemos.

Caminando hacia atrás, “al amigo, plata; al indeciso, palo; al enemigo, plomo” puede volver a ser el modus operandi, ¿o acaso ya lo es?

Dios nos guíe.

El autor es ingeniero civil y escritor.


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