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Nada está acordado, hasta que todo esté acordado

Nada está acordado, hasta que todo esté acordado

El encabezado de este artículo resume el principio básico para toda negociación de un tratado internacional.

Un segundo principio es conocer de buena tinta la trayectoria de las contrapartes, y el tercero es determinar y evacuar en las primeras rondas los artículos menos conflictivos, porque alientan al iniciarse el proceso con resultados. Siempre bajo la condición de que nada está acordado hasta que todo esté acordado.

Partiendo de dicha premisa, mi intención es hacerle justicia al presidente James Carter (1977-81) y aclarar una de las temerarias e infundadas acusaciones emitidas por el actual presidente Donald Trump. Para esto, he repasado el proceso de negociación de los tratados Torrijos-Carter y espero, por el corto espacio disponible, poder sustentar mi afirmación.

Igualmente, espero que de ninguna manera se deduzca que ignoro tantas acciones heroicas y las justas luchas soberanas de miles de panameños durante los 74 años transcurridos antes de 1977. Dicho esto, partiré desde los trágicos eventos del 9 de enero de 1964, que dieron causa al rompimiento de relaciones diplomáticas por el presidente Roberto F. Chiari y motivaron al presidente Lyndon B. Johnson a nombrar un equipo negociador para dar inicio al proceso de revisión total del espurio tratado Hay-Bunau Varilla.

Durante los siguientes 13 años y cuatro diferentes presidentes (Johnson, demócrata; Nixon, republicano; Ford, republicano, y Carter, demócrata) se realizaron dichas negociaciones. Hago la salvedad de que Carter tomó posesión en enero de 1977 y el tratado se firmó en septiembre de ese mismo año, lo que indica que el proceso ya se encontraba en su etapa final.

Como es usual, concluida dicha negociación, se inició un cabildeo en el Senado por parte del Ejecutivo. No hubo cambios, pero sí adiciones:

  1. Una enmienda del senador DeConcini, que feneció junto al tratado en el año 2000.

  2. Un anexo de vigencia indefinida, promovido por los senadores demócratas Church y Byrd, conocido como “tratado de neutralidad”.

Ambas inclusiones fueron aceptadas por Panamá como condiciones sine qua non para lograr los votos necesarios para el acuerdo. El conteo final fue de 68 votos a favor (52 demócratas y 16 republicanos) y 32 en contra (10 demócratas y 22 republicanos), solo uno por encima de los dos tercios necesarios para su aprobación.

En pocas palabras, está claro que el presidente Carter heredó un tratado ya elaborado y asumió el costo de sacrificar su caudal político para lograr su aprobación.

Durante mi gestión como embajador en Washington, disfruté el privilegio de conocer al presidente Carter y a su inseparable esposa Rosalyn, y compartir la mesa principal en un almuerzo en su honor por haber recibido el Premio Nobel de la Paz 2002 por su labor humanista al fomentar la paz y buscar soluciones a varios conflictos internacionales.

Por supuesto, le agradecí a nombre del pueblo panameño su noble esfuerzo en hacer realidad nuestra total soberanía y la transferencia del Canal. Incluso, me atreví a manifestarle que solo ese logro era suficiente causa para haber obtenido tan prestigioso premio universal.

Terminada la velada, el presidente Carter me expresó lo siguiente:

—Embajador, no ha pasado un solo día desde que firmé el tratado sin que haya recibido en mi oficina una carta o correo reclamándome el haberle entregado el Canal a su país.

Peor aún, continuó:

—A más de la mitad de los senadores que votaron a favor y a mí personalmente nos costó la reelección. Ese costo político para el partido ha sido el más alto de su historia, pero la causa y sus resultados sé que bien valieron la pena.

Culpar al presidente Carter de haber vendido el Canal de Panamá por un dólar es una verdadera infamia, pues realmente le correspondió consensuar lo acordado por dos administraciones republicanas anteriores y, además, negociar dos enmiendas posteriores.

Para mí, la firma y aprobación de dicho tratado representa el logro geopolítico más trascendente en nuestra vida republicana. Su mérito, equivalente al del resto de tantos patriotas panameños, lo tiene el humanista James Carter.

Exministro y embajador en Washington.


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