El pasado 20 de mayo se conmemoraron 500 años de la fundación del Natá hispano. Hace 50 años Reina Torres de Araúz publicó Natá Prehispánico, que abrió el compás a la valoración del pasado precolombino desde una perspectiva panameña.
A continuación, una breve puesta al día de esos planteamientos enmarcados en la llamada historia profunda, que interpreta procesos de larga duración. Así, la arqueología aporta perspectivas regionales para entender y contextualizar ese Natá profundo.
En la Región Central o Gran Coclé, la mejor estudiada del istmo, sabemos que los primeros migrantes se establecieron hace más de 14 mil años, durante la última edad de hielo. Desde entonces y de manera continua e ininterrumpida hay grupos humanos incidiendo en el paisaje alrededor de la bahía de Parita. Sabemos también que los antiguos habitantes de Natá hablaban un idioma de la familia lingüística chibchense y que muy probablemente eran parientes de los actuales Buglé (en Panamá, los gunas, ngäbes, buglés, nasos y bribrís, al igual que los extintos cuevas, changuenas y doraces eran lingüísticamente chibchenses). Estas gentes lograron la domesticación de plantas hace 7 mil años e inventaron la cerámica hace 5 mil años.
Un poco al sur de Natá, desde hace 3 mil años se encuentran las primeras aldeas agrícolas permanentes, donde ya se utilizaban cerámicas pintadas, hachas pulidas y aparecen los primeros metates para moler maíz y yuca. Se trata de una serie de desarrollos que nos hablan de una incipiente civilización panameña.
Hace 2 mil años vemos cómo se consolida una tradición que se destaca por su sofisticada cultura material, cuya cerámica polícroma, escultura en piedra y exquisita orfebrería nos asombran, con un estilo propio y extraordinaria iconografía.
Eran cacicazgos: sociedades jerárquicas, altamente competitivas que construyen asentamientos como El Caño y Sitio Conte, en la cuenca del río Grande, reconocidos por sus centros ceremoniales, fastuosos rituales de enterramiento, sacrificios humanos y acumulación de riqueza. Sin embargo, hace unos 800 años se nota una decadencia de los cacicazgos coclesanos y el florecimiento de formaciones jerárquicas al sur del río Santa María.
En el siguiente ciclo surge Natá, que para el 1522 era el poder dominante, con un patrón de asentamiento que denota el aprovechamiento de las ricas tierras para la producción agrícola, la explotación de recursos fluvio-estuarinos y el comercio regional.
La etnohistoria nos habla de un sistema sociopolítico con liderazgo hereditario y una nobleza consolidada. Había jefes (quevis) y subjefes (sacos) en un esquema de subordinación territorial, sustentado sobre la administración de excedentes. Los cacicazgos guerreaban entre sí por el control de recursos y la obtención de esclavos.
Hace 500 años las huestes de conquistadores desarticularon las jerarquías y diezmaron la población, pero sacaron provecho de la organización de la producción agrícola y de un paisaje propicio a la implantación de la ganadería, creando un mestizaje etno-productivo que marca la región hasta el presente.
El autor es arqueólogo e investigador

