Nepotismo. Del latín nepos: sobrino, nieto. Entre los siglos XV y XVII, la autoridad papal designa cardenal a sus “sobrinos”. Eran, con cierta frecuencia, hijos no reconocidos. Alejandro VI y Sixto IV perfeccionan el juegavivo: familia primero; parroquia después. De Roma, se contagian las monarquías absolutas y cortes europeas. En el siglo XIX, el término es sinónimo de corrupción y favoritismo en cualquier poder civil. En nuestra América, ni se diga.
Nepotismo es diferente al mérito. En la tierra de Arosemena, santiagueño, cualquier bejuco es enredadera y la ley se arquea a conveniencia. Ni pudor tienen. Nos encontramos en el infierno… de Dante Alighieri.
Conceptos romanos, no marranos, querido Mauro de Padua. Vocablos y autores romanos, hasta en la sopa.
Mérito. Del latín meritum: lo ganado, la recompensa. En Roma (entiéndase la antigua), el mérito premia servicio y valor. La Edad Media se embadurna de teología: el mérito mide la gracia divina. Tomás de Aquino distingue entre mérito natural y sobrenatural. La Ilustración lo seculariza. Montesquieu y Locke justifican honores y cargos por talento y virtud; no por linaje.
1789: la Declaración de los Derechos del Hombre proclama que “los empleos públicos son igualmente accesibles… según sus virtudes y talentos”. Revolución semántica. Mérito es bandera contra la herencia y el privilegio. Avance en esta humanidad por temporadas acomodaticia. No cabecees.
De mérito, meritocracia. Michael Young acuña el término meritocracia en 1958 en The Rise of the Meritocracy. En tono de sátira: alerta que un sistema basado solo en “mérito” puede producir una élite arrogante, tan cerrada como la aristocracia que pretende reemplazar. Décadas después, políticos y empresas adoptan la palabra como ideal positivo, borrando la ironía original con la que fue creado el vocablo por Young, sociólogo británico.
Colisionan y se confunden estos conceptos en este alocado 2025. Llamamos nepotismo a cualquier nombramiento familiar. Si hay transparencia, competencia abierta y estándares claros, no hay nepotismo. Susan Rose-Ackerman lo resume: “El problema no es el parentesco, sino el abandono de criterios imparciales”.
¿Cómo se les haces entender a manipuladores curtidos en el quehacer, quienes se ufanan de argumentar sinonimia entre jeringa y pitongo?
El nepotismo moderno suele disfrazarse de mérito: currículos inflados, procesos amañados. Y la meritocracia, sin equidad, reproduce redes de privilegio. Bovens y Wille advierten: “Una meritocracia sin equidad degenera en una oligarquía de bien conectados”.
Estructuras sociales desiguales provocan que el mérito sea relativo. Bourdieu muestra que el capital cultural heredado pesa más que el esfuerzo. Piketty prueba que la acumulación de capital supera la movilidad social.
El desafío de hoy es doble. Blindar las instituciones contra el favoritismo. El mérito es justo cuando todos pueden competir en la misma pista y con iguales reglas.
Nepotismo y mérito son radiografías del poder, que este suele usarlas a conveniencia. Como transparencia. Prefiero la transparencia de Sher. Antes y hoy también. Sin transparencia ni igualdad de oportunidades, las palabras nobles se convierten en máscaras de viejas injusticias.
Mucho operador idiomático arquea a conveniencia la semántica original. El clima está tan vidrioso que es preferible abstenerse de expresar palabrotas. Hasta nuevo aviso.
El autor es periodista y filólogo.

