Ya está allí, en la ciudad que nunca duerme, el king of the hill que deja atrás la melancolía de pueblo, el blues tricolor, para participar en la Asamblea de la ONU, buscar chenchén para la empresa privada y operarse un hombro en New York. Lejos del ruido del patio limoso y del olor a injusticia que se ha tomado este país —y que él y su gobierno/contubernio se han propuesto mantener—, todo por la clientela.
La decisión de operarse en la «Gran Manzana» fue comunicada en el rodeo de prensa del jueves, con una muletilla innecesaria por obvia, pero muy reveladora: «lo pago yo, por supuesto». Con ello dejó en evidencia lo que es un secreto a voces: mejor gastarse el dinero en un médico afuera que sufrir la falta de insumos en nuestra querida tierra.
Lo más paradójico de todo es que se reunirá con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) con el propósito de concretar el traslado de la sede de la OPS a Panamá. Traer la máxima representación de la salud a un país en el que no quieres operarte es un insulto a cualquier mínimo intelecto.
Quizás la villa de 7 millones de dólares en reparaciones sea la respuesta a la falta de insumos (y de muchas cosas más), que, sumados a los 5 millones de dólares de los Premios Juventud —que nadie explica a quién benefician, porque a Panamá no—, puedan marcar la diferencia para que, «con paso firme», tengamos un lugar para el alivio del hombro presidencial.
Dios nunca fue panameño. No somos el corazón del universo: ese es el cuento que nos han hecho tragar. Vivimos por encima de nuestras posibilidades morales, confiando en unos y otros, creyendo que las cosas pueden cambiar, pero nadie les planta cara a los corruptos. No somos New York, no tenemos buenos hospitales, y eso lo confirma el hombro del presidente.
El autor es escritor.

