“Panamá: abundancia de peces y mariposas”, es una frase que repetimos desde pequeños acerca del significado del nombre de nuestro país, pero ¿cuántas veces recordamos la palabra con la que se inicia ese nombre desde 1903? Esta palabra es república. Ella nos reviste con la responsabilidad, como país, de garantizar el imperio de la ley a través del respeto a las garantías fundamentales y de la protección del ejercicio de nuestros derechos individuales, como ciudadanos libres, porque bajo este orden político todos debemos ser tratados igual ante la ley, sin preferencias de ningún tipo.
Para el desarrollo integral de un sistema republicano es necesario que los ciudadanos participen activamente de la cosa pública, a través de la política y de la representatividad obtenida bajo un sistema democrático. Ahora, si bien es cierto que la democracia es fundamental, eso no significa que esta prime sobre los derechos inalienables que tiene cada individuo, como la vida, libertad y la búsqueda de la felicidad, debidamente consagrados en un documento constitucional.
La voluntad popular no puede ser utilizada como justificación para violentar estos principios. Hacerlo sería desvirtuar el proceso democrático, degenerándolo en una “oclocracia”, es decir, “el gobierno de la muchedumbre”. La muchedumbre es calificada por Ortega y Gasset, como aquel sector de la sociedad sumido en la ignorancia, que se mueve por sentimientos y emociones irracionales, a diferencia del pueblo, que es el cuerpo social, conformado por ciudadanos conscientes y activos, anuentes de las necesidades de su contexto, con un criterio formado y preparado para la toma de decisiones. Pudiendo ejercer así, de forma legítima y plena, su poder social limitado al respeto del individuo.
Complementado con el oclócrata, aquel en el poder que apela a los sentimientos más burdos y elementales para legitimarse. Teniendo en poca consideración los intereses y necesidades reales de la sociedad, se perpetúa este sistema en el que la masa siente que a través de estas figuras es posible no solo mejorar su situación personal, a través de legislaciones adaptadas a sus deseos, sino creerse con la autoridad de atentar contra la libertad ajena, bajo la excusa de ser “la opinión de la mayoría”. Bajo este contexto el gentío se siente tranquilo y contento, mientras es incapaz de ver ni interpretar los problemas que le rodean, limitado por razones culturales, sociales y económicas. De esta forma mantiene a un sujeto que disfruta del poder, con el dinero de todos los contribuyentes; no solo de aquellos que lo apoyan, sino también de las minorías a las que violenta, auspiciado por los demás.
Aquí es cuando la república actúa como el contrapeso justo y necesario para mantener la paz social y la salud de la democracia. Entonces, es evidente entender que una de las piezas fundamentales para el fortalecimiento de nuestro Estado de derecho e institucionalidad implica retomar los valores republicanos con los que se fundó este gran país, y en los que creyeron firmemente hombres como Justo Arosemena.
Es imperativo recordar esto, porque el 30% de los embarazos en Panamá ocurren entre menores de edad y seguimos sin educación sexual integral y, además, aún no se reconoce la unión de parejas del mismo sexo, entre otras vejaciones a la libertad individual y a los derechos humanos, propiciadas por el miedo y la desinformación.
La verdadera forma de hacer las cosas “a la panameña” no es ignorando los problemas y evitando conversarlos por falta de consenso, sino siendo un pueblo que respeta la dignidad humana y sus derechos civiles, mediante la tolerancia y la diversidad de pensamiento, credos, razas y preferencia sexual; con ciudadanos que creen en sus instituciones y denuncian la corrupción, pero sobre todo que participan y son conscientes de su responsabilidad, como individuos, de ser parte activa del rumbo del país para cumplir con los valores que esbozaba nuestro primer escudo nacional: “Paz, libertad, unión, progreso”, haciendo gala de nuestro nombre, como la República de Panamá.
