Oclocracia a la panameña

Han transcurrido varios meses desde las elecciones pasadas, lo que hace necesario identificar y analizar las señales sobre el rumbo de la democracia panameña para reconocer los posibles desafíos que podrían surgir en el futuro. Debemos recordar que, desde un concepto tradicional, la oclocracia, conocida como el “gobierno de la muchedumbre”, es una de las formas de degeneración y declive de la democracia. Sin embargo, no debe confundirse con la tiranía de la mayoría, aunque ambos conceptos están directamente relacionados.

La oclocracia debe su nombre a Polibio, uno de los grandes historiadores griegos del mundo antiguo. Si la democracia se define como el “gobierno del pueblo”, la oclocracia es el “gobierno de la masa o del gentío”, donde las decisiones institucionales y políticas son tomadas por personas con una voluntad viciada, confundida e irracional, que carecen de la capacidad para autogobernarse y, por ende, no reúnen las condiciones necesarias para ser considerados como un verdadero pueblo. La oclocracia moderna está vinculada al retroceso institucional de la sociedad. Esto plantea interrogantes sobre si el ciudadano comprende realmente lo que vota, si dispone de información adecuada sobre las opciones electorales y si tiene la capacidad de analizar y entender las propuestas presentadas. Asimismo, es crucial considerar si el votante puede discernir la existencia de controles sobre la opinión pública y los medios de comunicación, asegurando que su juicio no sea fácilmente influenciable.

Vivimos en una época de creciente interconexión y comunicación. Las redes sociales han facilitado el acceso inmediato a la información, pero también nos han hecho más susceptibles a la influencia. Sin las herramientas necesarias para identificar correctamente la información que recibimos, podemos convertirnos en ciudadanos más emotivos y menos analíticos. La falta de análisis crítico del mensaje favorece la proliferación de discursos emocionales y demagógicos.

Un ejemplo de ello se observa en los políticos que se reeligieron sin problemas o en las familias que monopolizan elecciones y cargos políticos para luego controlar los puestos de trabajo y su distribución en el gobierno de turno. Estos políticos han hecho de la política un estilo de vida, con el objetivo de enriquecerse y ganar notoriedad mediante los medios de comunicación. Los votantes, en muchos casos, optaron por elegir a los mismos candidatos de siempre, en lugar de considerar a las nuevas generaciones independientes. Votaron sin conocer previamente sus planes de gobierno, priorizando lo popular sobre las convicciones y las ideas.

La oclocracia abarca tanto a los políticos que dependen de la administración pública como a los sindicatos que ejercen presión sobre el gobierno mediante convenios colectivos. Esto ocurre en función de las subvenciones otorgadas o del apoyo recibido del partido político en el poder, que a su vez necesita fondos provenientes del Estado.

Un gobierno que subvenciona excesivamente a la clase política y sindical sirve a intereses particulares en lugar del bien público. La oclocracia, en el mundo moderno, está estrechamente relacionada con el populismo entendido en su sentido negativo. Esto no implica que el populismo sea intrínsecamente negativo en política, ya que puede unir a las masas, identificarse con ellas mediante su lenguaje y canalizar sus demandas. Estas figuras pueden contribuir al proceso de maduración, identidad y educación políticas de las masas que viven en democracia. Sin embargo, el populismo negativo utiliza ideologías y demagogias a través de líderes falsos que, bajo el pretexto de favorecer causas mal identificadas como origen de todos los problemas, generan dominación y control social.

Es fundamental avanzar hacia una verdadera democracia, entendida como un gobierno basado en el diálogo, donde los ciudadanos controlen a los gobernantes y no al contrario. En este modelo, los gobernantes son responsables de todas las decisiones que toman mientras están en el poder. Este es el concepto defendido por Giovanni Sartori, el renombrado politólogo italiano, quien sostenía que un gobierno democrático es la combinación ideal de normas, eficacia y representación. Según Sartori, las decisiones políticas deben buscar el bienestar general de la población, en contraste con el político populista que utiliza causas falsas para beneficiar a su círculo cercano antes que al pueblo.

El autor es abogado.


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