Cada año, millones de personas festejan y recuerdan con cariño y admiración la valentía de quienes, incluso sin leyes que les protegieran ni gobiernos que validaran sus derechos, vivieron sus vidas con autodeterminación y dignidad. Desde junio de 1969, cuando una redada policial golpeó, violó e incluso asesinó a personas LGBTIQ+ en Nueva York, se recuerda este mes como el Mes del Orgullo LGBTIQ+.
Mucho ha pasado desde entonces. Hemos sobrevivido a una pandemia de sida, desatendida debidamente por el estigma que aún persiste en nuestras sociedades, como bien lo ilustró Willie Colón al cantar sobre una mujer trans en “El Gran Varón”. Muchos gobiernos democráticos han avanzado en su interpretación del derecho a la igualdad, eliminando leyes contrarias a la dignidad humana y creando otras que protegen a nuestras comunidades y a sus miembros más vulnerables. En 1999, el presidente Bill Clinton proclamó este mes como el Mes del Orgullo Gay y Lésbico, conmemoración que se ha extendido a otros países, donde se celebra en este u otros meses con la misma finalidad: recordar, protestar y celebrar.
En Panamá y en el mundo, las personas LGBTIQ+ todavía tenemos mucho por lo que protestar. Persisten leyes discriminatorias y un aparato estatal marcado por la opacidad democrática, que niega derechos a sus ciudadanos solo por ser diferentes. Aún hoy, hay madres lesbianas que no logran que sus familias sean reconocidas por el Estado, lo que las deja en situación de vulnerabilidad y viola el principio del interés superior del menor.
Este atraso se agrava con el retroceso en derechos humanos observado en varios países de la región que, en algún momento, lideraron estas luchas. La sociedad civil global —incluyendo sectores de la ciencia, la cultura y la educación— se ha visto amenazada por el avance de narrativas de odio, que nos recuerdan los caminos que una vez condujeron a la humanidad hacia guerras y genocidios.
A pesar de ello, este mes representa una oportunidad para que la población LGBTIQ+ panameña se una y vea este momento como el ideal para seguir defendiendo sus realidades. Iniciativas como el Observatorio LGBTIQ+, con el apoyo de la Defensoría del Pueblo; la celebración de un foro anual de derechos humanos regional; los procesos de cambio de nombre para personas trans; la existencia de un grupo que defiende la ancestralidad de género en nuestras tierras desde hace más de 500 años; acciones de incidencia política y sanitaria; el tour que recorre todo el país educando en derechos humanos; o la campaña “Sí, Acepto”, que cada año demuestra que la violencia y el odio destilados en redes sociales no reflejan la realidad del país, son ejemplos de que el movimiento sigue vivo y avanzando.
Tampoco se puede dejar de mencionar el surgimiento de más espacios seguros para nuestras comunidades, o el hecho de que más de un cuarto de millón de personas han cambiado su perspectiva negativa por una positiva o neutral sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, según datos de la encuestadora Borges & Borges.
También aprovecho la ocasión para reconocer la valentía de activistas que han sido pioneros en el país y en la región, aquellos que han llevado al Estado panameño a rendir cuentas a nivel internacional. Y, por supuesto, una nueva generación brillante de profesionales LGBTIQ+ que se prepara para incidir desde la formación social y política en la sociedad civil, el gobierno, la academia y la empresa privada.
Las personas LGBTIQ+ nos encontramos en los pasillos del Palacio Justo Arosemena, en el Gil Ponce y en el de Las Garzas. Estamos en cada avenida, vivimos en sus vecindarios, somos sus amistades, sus catequistas y compañeros de fe, sus familiares, sus activistas en cada elección, sus compañeros y compañeras de clase, de deportes, de partido y de coalición. Somos personas panameñas y merecemos ser incluidas.
En estos momentos, aunque el mundo y Panamá se enfrentan a enormes desafíos, nuestra población prevalecerá con orgullo, como lo ha hecho desde que existe la humanidad.
El autor es director de Proyectos en Fundación Iguales.
