Definamos primero qué es el “ostracismo”. En la antigua Grecia era la herramienta más eficaz para señalar a los sospechosos de corrupción o a gobernantes que ejercían poderes excesivos y atentaban contra la libertad pública, la honra y los bienes del pueblo. Ellos eran sometidos a una votación popular. El acto se llevaba a cabo mediante conchas de mar en las que se escribía el nombre de aquellos que serían desterrados por 10 años o de por vida.
Hoy esas medidas no son tan severas, pero existe una figura que representa el ostracismo y que bien puede calificarse como un correcto sinónimo moderno, me refiero al término de persona non grata. Se trata de personajes así denominados por el pueblo debido a sus actos y mala fe con las comunidades. Aunque ello no tiene consecuencias jurídicas, sí afecta la personalidad y molesta a los que son etiquetados y no son bienvenidos a ciertos lugares. Declarar persona non grata se justifica como una decisión colectiva que mantiene alejada de una localidad o país a hombres o mujeres que, por uno u otro motivo, resultan perjudiciales para los intereses de la población.
Ahora bien, el ostracismo moderno, al declarar persona non grata a ciertos personajes de nuestra flora y fauna, debe constituirse en una norma que nos permitirá expresar malestar o disgusto por aquellos farsantes que jamás cumplen con sus promesas electorales. Es hora de ejercer nuestra libertad de expresión, señalando directamente y declarando non gratos a los oportunistas, esos acróbatas que siempre caen de pie en cualquier gobierno y se transforman en especialistas en dar la espalda al pueblo. Tenemos amplia libertad para no aceptar visitas desagradables que en nada contribuyen a mejorar nuestra vida cotidiana. Las trompetas celestiales están listas, solo es cuestión de escucharlas y avanzar sin retroceder. Los aprovechadores políticos que hoy se ríen de la ingenuidad popular pronto tendrán serias contorsiones en sus rostros y, entonces, será el turno del pueblo para lanzar la última carcajada.
Debo confesar que muchas veces me siento frustrado, impotente y enfermo al observar a los farsantes que pregonan el alto avance del país en materia económica. Sin pestañear, presentan cuadros indicativos que reflejan lo que ellos quieren reflejar. Esas demostraciones publicitadas por los medios de comunicación social no son asimiladas por el pueblo, porque no observan ningún cambio y la vida sigue igual o peor que ayer. Esta es la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad.
