En medio de una nueva huelga educativa, los titulares hablan de reclamos, paros y promesas rotas. Pero hay una historia que pocas veces se cuenta: la del padre y la madre que, con sus propios medios, intentan sostener la educación de sus hijos desde casa, mientras las puertas de las escuelas siguen cerradas.
Como docente y madre panameña, conozco bien ambos lados del aula. He visto a colegas luchando por condiciones dignas y a padres desesperados, buscando cómo evitar que sus hijos se queden atrás. Esta huelga no solo pone en pausa el calendario escolar, sino que evidencia algo que ya venía ocurriendo en silencio: la educación no es solo responsabilidad del Estado ni del maestro. El hogar también educa, y ahora más que nunca, está al frente de una batalla silenciosa.
He conocido madres que, sin haber terminado sus propios estudios, se sientan cada noche a repasar letras y números con sus hijos. Padres que, tras turnos largos y mal pagados, buscan videos en internet para explicar fracciones o historia. No tienen pizarras ni metodologías pedagógicas, pero tienen voluntad. Y esa voluntad, en tiempos de crisis, vale más que mil decretos.
Sin embargo, no podemos romantizar esta realidad. Muchos hogares panameños enfrentan esta tarea sin herramientas, sin apoyo y sin guía. Las brechas se hacen más profundas: el que tiene acceso a internet y acompañamiento avanza; el que no, queda rezagado. Y ahí es donde la verdadera preocupación debería sacudirnos: ¿qué futuro estamos sembrando si hoy abandonamos a quienes más necesitan una educación presente y constante?
El sistema educativo panameño tiene deudas históricas, sí. Pero también debemos mirar hacia adentro: ¿estamos, como sociedad, reforzando el valor de la educación en casa? ¿Estamos criando hijos que entienden que aprender no es solo asistir a clases, sino un compromiso de vida?
Los padres no reemplazamos a los maestros, pero sí podemos ser aliados. Podemos leer con nuestros hijos, conversar sobre lo que observan en la calle, enseñarles a pensar, a cuestionar, a soñar. La educación no puede depender únicamente de la escuela, menos cuando el sistema tambalea.
Hoy más que nunca, necesitamos unir fuerzas. Que el Estado cumpla con su parte, que los educadores sigan alzando la voz con dignidad, pero también que, desde el hogar, abracemos la misión de educar. Porque aunque las escuelas estén cerradas, la mente y el corazón de un niño no tienen por qué estar en pausa.
La autora es docente de primaria y escritora.
