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Palabra e imagen: el arte de navegar los confines

La necesidad de expresar ideas o sentimientos con palabras e imágenes, el trasladar la naturaleza de la creación a otro ámbito expresivo distinto es lo que conocemos como écfrasis. Écfrasis, pues, era el término utilizado en la Grecia antigua, para indicar el procedimiento retórico que consiste en traducir en palabras las obras de arte.

La colaboración entre las artes ha estado presente en todas las épocas. Gillo Dorfles, en su obra El devenir de las artes, menciona el fenómeno de “verificación de diferentes imágenes sensoriales suscitadas por las diversas artes”. El autor advierte sobre las posibilidades sinestésicas en las diversas expresiones artísticas, es decir, “la asimilación de diferentes lenguajes artísticos”. Pero, ¿qué sucede cuando no es la interferencia sensorial involuntaria sino la expresa voluntad de colaboración o la identificación de una coincidencia, es decir, este caer al unísono en su significatio y sensus desde un medio artístico al otro?

Si entendemos por coincidir -cuya etimología coincidere significa “suceder a un mismo tiempo”- a aquella aspiración de comunicación que tiene el arte -en su sentido más primigenio-, veríamos la facilidad con la que confluyen los diversos lenguajes del arte en transmitir un mismo mensaje. Desde un poema se podría traducir, es decir, coincidir, en el mensaje de una pintura. Y desde un dibujo podríamos llegar a transmitir el corazón de un poema.

La colaboración entre un poeta y un artista logra que entre la palabra y la imagen aparezca puente, uno que conduce de una orilla interior a una exterior hasta la traducción de la idea, de la sensación o de la realidad. Pero, ¿“traduce” realmente el arte? ¿Acaso es posible que todo arte aspire a traducir lo insondable que anida en el fondo de una palabra, de un collar de palabras? Si la etimología de significado es “signo” más “fixatio” , o sea, la fijación del signo, y si en definitiva la definición de significado sería la transmisión de una idea o emoción de una persona a otra, entonces este sería el objetivo de colaboración entre las artes, a saber, el objetivo de la écfrasis. Sin embargo, en las propuestas posteriores al siglo XIX el arte ya no está enfocado en traducir lo visible sino en producir sensaciones: la ruptura con el arte académico implica que no se traduce la realidad sino que se provoca sensaciones o se busca criticar lo que es tradicionalmente concebido como bello. En las propuestas contemporáneas los lenguajes del arte y la propia literatura adquieren un modo de ser distinto, y aquellos modos de ser y hacer arte que se replantean su naturaleza en forma y contenido alcanzan otra dimensión, la de provocación de estímulos o sentimientos.

A diferencia de la sinestesia, en la écfrasis hay volición, hay voluntad expresa. También hay libertad -nadie mejor que Paul Éluard nos dilucida esto en la revelación del significado de su poema-. Un puente conecta la libertad y el amor. Para defender la libertad hay que conocerla, pero sobre todo amarla. Y por otro lado, resulta imposible imaginar el amor sin la volición, porque el amor suele deliberadamente promulgarse en transgresor de la moris y la consciencia: a pesar de las barreras, fluye, y se convierte en un acto de libertad. El puente está tendido y todos los puentes unen, transportan: el puente es la metáfora de la colaboración, del acercarnos a un punto desde dos orillas. Dorfles nos habla de esta colaboración, de esta importancia de significados desde diversas materias y soportes.

El poema puede ser como un golpe, contundente, o suave como una caricia. A veces se desdobla despacio como una flor y entonces esculpe la necesidad amorosa, la nostalgia erótica y la melancolía, luego el trazo reproduce lo mismo. Otras, es un martilleo que se gesta en la desesperación y la belleza de lo extinto. Lo visual y lo escrito, la imagen y la palabra forman entonces un todo simbiótico -como la orquídea y el tronco donde reposa-, conformando un experiencia estética, un sonido de colores y texturas. Así, el poema se desdobla y se vuelve tinta no sólo en las letras sino que inspira a las formas, a los dibujos, que han de consagrar la cadencia de palabras.

Para Van Gogh, son dos caminos con el mismo grado de dificultad. Una vez superado el obstáculo, palabra e imagen permiten la transmisión de la idea, así lo expresa en el tesoro epistolar de su hermano Theo: «Con el dibujo sucede un poco lo mismo que con el arte de escribir. De niño, cuando se aprende a escribir, primero se tiene el sentimiento de que es una cosa imposible; uno cree que no lo logrará jamás; parece milagroso ver escribir tan rápido al maestro de la escuela...»

El cuerpo es también un libro. Allí se inscribe la palabra dicha, el tacto, la suavidad y la dureza del tiempo recorrido. Un libro es, a fin de cuentas, el cuerpo tangible de la palabra. Entre las colaboraciones de estas propuestas simbióticas en donde la médula de un poema se hace trazo en el papel o en el lienzo y dibuja el movimiento que logra la palabra, podríamos mencionar las propuestas y colaboraciones de artistas y poetas nuestros, como Guillermo Trujillo, Palomino, Orestes Nieto, Dimas Lidio Pittí, Ramón Oviero, Ologuaidi y Mario Calvit.

En nuestro país el arte sobre papel ha sido quizás tan infravalorado como la poesía. Es por eso que la solidaridad entre grabados, plumillas, dibujos y acuarelas con poemas resulta cuanto más enternecedora como loable. Cuando se habla del arte del grabado, aparece en la imagen el uso impecable de claroscuros y texturas, de luces y sombras que dan un valor en sí mismo al soporte -porque literalmente se sostienen sobre éste-. Esta técnica requiere disciplina y pulcritud para que el trabajo y el tiempo allí vertidos materialicen los contenidos y las imágenes que han de aspirar a quedarse impresas en la mente del espectador, así como antes lo han logrado en el papel. Los versos aspiran a otro tanto. Ni el soporte sin la imagen precisa, ni la palabra sin la tinta producirían el mismo efecto en el alma del espectador si no hubiese un puente basado en la libertad y el compromiso de comunicar.

Esos puentes y esos abrazos entre palabra e imagen están representados en lo mejor de nuestras tintas de poetas y nuestras paletas de pintores. Un ejemplo de écfrasis: Ese tu candado ahogándose de llaves, justamente la carpeta del poemario de Oviero con las litografías que creara Calvit. Este puente de Calvit en la poesía no es un hecho aislado en su trayectoria, pues su trabajo ha acompañado también la obra de José de Jesús Martínez, Moravia Ochoa, Pedro Rivera y la obra de literatura infantil del poeta Víctor Franscechi y Berna Calvit.

Otro ejemplo insigne que ha trascendido fronteras geográficas y literarias, es el hermosísimo libro, en todas las versiones, que el enorme poeta Manuel Orestes Nieto, también académico, logra con la traducción de Aquí nací y moriré. Los diseños de Salomón Vergara, junto a la inmensidad del poema, sumergen, navegan y fluyen en diecisiete lenguas.

En sus versos, el deseo fracturado o consumado, el amor por la patria y la certeza salina de nuestras orillas y confines se plasma en el papel como si fuera un rito. En la palabra florece la pasión y la esperanza, el artista estira el horizonte de los significados y aparece la ecfrasis como otro mar posible, como un mundo nuevo para los ojos y los sentidos.

Ahora que el verano se instaura, bien vale navegar por las páginas de nuestros poetas y por los faros que han trazado los artistas del istmo. A leer, o lo que es lo mismo: levar anclas y hacerse a la mar de las páginas.

La autora es filósofa y escritora


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