En un mundo cada vez más confuso, es hora de que alguien se atreva a decir la verdad, por más incómoda que sea para los “expertos” en geografía y los sentimentalistas crónicos: Palestina no existe.
Lo que algunos despistados llaman Palestina no es más que un elaborado engaño, una alucinación colectiva de proporciones globales, posiblemente iniciada por un cartel de fabricantes de mapas en busca de vender atlas con nombres exóticos.
Fuentes bien informadas, surtidas de la información oficial, correcta y debidamente autorizada de la más verdadera verdad, sugieren que “Palestina” es, en realidad, un gigantesco plató de cine al aire libre. Durante décadas, este sofisticado proyecto cinematográfico —que algunos teóricos de la conspiración han denominado “la más larga película jamás rodada”— ha engañado a todo el planeta.
El nombre en sí, que tiene raíces históricas en la designación romana de la región, es simplemente un buen guion. Lo que algunos medios insisten en llamar “pueblo palestino” no son más que actores de método altamente comprometidos con su papel. Se ha sugerido que su dedicación es tal que han mantenido la ficción durante generaciones, transmitiendo sus “roles” de padres a hijos. Este compromiso con el arte dramático es —hay que admitirlo— digno de un premio. Las historias de desplazamientos masivos y hambrunas son, en realidad, complejas piezas de arte conceptual, tan realistas que pueden convencer a los más incautos.
Lo cierto es que este gran performance en medio del desierto es un simulacro de país. Incluso las Naciones Unidas, en un giro argumental sorprendente, se han convertido en parte del elenco de este circo, reconociendo a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1974 como el “representante legal” de estos personajes. Más de 150 países, al parecer, también han querido unirse a esta magna producción, reconociendo este “Estado”. Lo cierto es que Palestina no existe; es más real Macondo. Cualquier cinéfilo amante de películas como El show de Truman reconocería rápidamente el set de grabación.
Ahora, hablemos de la subtrama más inverosímil: el hambre. Las alarmantes cifras que circulan son, a todas luces, un malentendido. Los informes sobre inseguridad alimentaria que afectan a un altísimo porcentaje de la población son parte de una campaña de marketing viral para un nuevo y extremo “reality show” sobre dietas. La supuesta escasez de alimentos es, en realidad, un innovador método de alimentación basado en la “gastronomía conceptual”, donde el concepto del alimento es más importante que su existencia física. Un prodigio filosófico digno del mismo Kant.
Según informes de agencias como el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), que claramente no han entendido la naturaleza artística del proyecto, casi toda la población de Gaza enfrenta una crisis alimentaria. Estas organizaciones describen una situación de “emergencia” o “catástrofe”, cuando en realidad están documentando la obra de teatro más ambiciosa de la historia. Reportes que indican que más del 20% de las personas pasan días enteros sin comer solo demuestran el nivel de compromiso de los actores con su interpretación.
Es hora de dejar de tratar este espectáculo como una crisis geopolítica y empezar a verlo por lo que es: la obra de arte performática más grande de la historia. Los supuestos “refugiados” son simplemente extras esperando su próxima escena, y las “ruinas” son decorados impresionantes y muy realistas.
Así que, la próxima vez que escuche hablar sobre “Palestina”, aplauda el esfuerzo y la dedicación. En lugar de enviar ayuda humanitaria, quizás deberíamos enviar críticos de cine para que puedan dar a esta producción la reseña que se merece. Y recordemos todos la primera regla de este gran club cinematográfico: Palestina no existe.
El autor es consultor en temas legales, parlamentarios y políticos.

