La reciente aprobación de la One Big Beautiful Bill Act en Estados Unidos —una ambiciosa reforma impulsada por Donald Trump— abre un nuevo ciclo económico con efectos que se sentirán mucho más allá de sus fronteras. Esta ley extiende los recortes fiscales iniciados en 2017, favorece a empresas e individuos con nuevas deducciones, eleva el crédito tributario por hijos y flexibiliza ciertos límites tributarios locales. A cambio, reduce significativamente el gasto en programas sociales como Medicaid y SNAP, y elimina incentivos para energías limpias. También incrementa la inversión en defensa, seguridad y control migratorio.
El impacto macroeconómico es notable. Se estima que esta reforma añadirá más de 3.3 billones de dólares al déficit fiscal estadounidense en los próximos diez años. Eso podría fortalecer al dólar frente a otras monedas, encarecer los préstamos internacionales y modificar los flujos de inversión global. Para una economía dolarizada como la panameña, estos cambios pueden sentirse de manera directa y profunda.
Un dólar fuerte tiene doble filo. Por un lado, puede hacer más costoso el tránsito de mercancías por el Canal, restando competitividad frente a otras rutas. Por otro, puede atraer más turistas y aumentar el interés de inversionistas extranjeros que buscan estabilidad y activos seguros, especialmente en el mercado inmobiliario.
El sector logístico panameño podría beneficiarse si la reforma provoca tensiones comerciales que redirijan flujos globales. Sin embargo, la eliminación de incentivos para energías limpias en Estados Unidos podría frenar inversiones verdes en la región, en un momento clave para proyectos solares, eólicos e hidroeléctricos en Panamá.
A nivel social, el endurecimiento del control migratorio estadounidense puede empujar a más personas a buscar rutas por Centroamérica, generando nuevas presiones sobre servicios públicos y aumentando la informalidad. Además, si suben las tasas de interés globales, el costo de financiar proyectos de infraestructura o vivienda también crecerá, afectando especialmente a los sectores medios y más vulnerables del país.
Pese a este panorama complejo, Panamá tiene espacio para actuar con inteligencia estratégica. El aumento en el tráfico marítimo global puede consolidar la importancia del Canal si se modernizan sus operaciones y se fortalecen los puertos y aduanas. La inversión extranjera puede crecer si se garantiza seguridad jurídica y un clima atractivo. Y, frente al retroceso estadounidense en políticas verdes, Panamá puede posicionarse como un referente regional en energías limpias, siempre que mantenga una política clara de incentivos y alianzas.
El Estado panameño deberá cuidar sus finanzas, evitar un sobreendeudamiento costoso y diversificar sus fuentes de financiamiento. A la vez, necesita reforzar su agenda de desarrollo sostenible, fomentar la inversión responsable y promover un turismo que aporte al crecimiento sin generar sobrecarga social.
El rumbo económico que hoy marca Estados Unidos representa un nuevo desafío para Panamá, pero también una oportunidad. En tiempos de transformación global, los países que saben adaptarse con agilidad, visión y compromiso tienen la posibilidad de salir fortalecidos. Panamá aún está a tiempo de ser uno de ellos.
El autor es máster en administración industrial y está certificado en IA generativa.

