En 2020, cuando María inició primer grado en la comarca Ngäbe-Buglé, sus padres tenían esperanzas. Cinco años después, ha estado presente en un aula menos de la mitad del tiempo que debería. Su historia refleja una tragedia: Panamá ha perdido 490 días de clases presenciales entre 2020 y 2025, según el estudio Un sexenio perdido de la Fundación para el Desarrollo Económico y Social (Fudespa) y Jóvenes Unidos por la Educación (JuxlaE).
Esta cifra representa más del 40% del tiempo lectivo, afectando a 800,000 estudiantes. La huelga docente desde el 23 de abril es la culminación de una crisis generacional.Imaginen un arquitecto construyendo solo durante la mitad de los días programados. Eso ocurre con la educación panameña: están construyendo futuros incompletos.
La situación previa a la covid-19 era crítica. Las evaluaciones ERCE 2019 mostraban que el 3.3% de estudiantes de sexto grado alcanzaban competencias mínimas en matemáticas, y 17.5% en lectura. Según PISA-OCDE, Panamá ocupaba el puesto 71 de 77 países.
La crisis actuó como revelador de desigualdades. Según Nueva Nación (2024), únicamente el 46 % de familias con ingresos menores a 400 dólares mensuales accedió a educación virtual. En comarcas indígenas, este porcentaje fue del 25 %. Unicef confirma que Latinoamérica perdió cuatro veces más días de escolarización que el resto del mundo.
Las proyecciones económicas del estudio Fudespa-JuxlaE son devastadoras. Sin intervenciones efectivas, Panamá perdería hasta 4.2% de su PIB para 2035, equivalente a más de 500 millones de dólares anuales. Los jóvenes de quintiles pobres verían reducida su probabilidad de movilidad social del 18% al 12%.
El sistema enfrenta problemas estructurales agravados. Según el Monitor Social de Panamá (2023), 58.5% de docentes reporta mayor hacinamiento en aulas, mientras 59.8% describe infraestructuras deterioradas.
Existe esperanza basada en evidencia múltiple. Unesco-Cepal identifica tres campos de acción: modalidades de aprendizaje diferenciado, apoyo al personal educativo y atención integral al bienestar estudiantil. El marco RAPID establece cinco estrategias: retener estudiantes, analizar aprendizajes regularmente, priorizar conocimientos básicos, incrementar eficiencia docente y desarrollar bienestar psicosocial.
SUMMA, laboratorio de innovación e investigación educativa, identifica componentes fundamentales: evaluaciones diagnósticas rápidas y flexibles, extensión del tiempo educativo mediante calendarios modificados y fortalecimiento docente. Su programa PRISA ha desarrollado guías para comprensión lectora, retroalimentación formativa, aprendizaje colaborativo y socioemocional.
Hay casos esperanzadores. Ruanda pudo aumentar su matrícula escolar del 12% al 95% post-genocidio; Colombia desarrolló programas exitosos en zonas de conflicto, y Brasil implementó estrategias que otros países adoptan.
Unesco-Santiago propone un marco de recuperación regional que incluye inclusión educativa, mejora de aprendizajes, fortalecimiento docente y aumento de presupuestos. El laboratorio LLECE ha generado cultura evaluativa que inspira reformas curriculares en la región. Panamá posee las condiciones necesarias para la recuperación: recursos financieros, experiencias exitosas documentadas y una necesidad urgente que puede catalizar voluntad política. Requiere declarar una emergencia educativa nacional para movilizar recursos extraordinarios.
La crisis representa tanto una amenaza como una oportunidad histórica sin precedentes. Panamá puede convertirse en una advertencia global sobre cómo las sociedades permiten que las crisis educativas definan el destino de generaciones enteras, o puede escribir una historia de recuperación extraordinaria que inspire a toda la región.
El verdadero futuro de Panamá no reside en nuestra posición geográfica estratégica, nuestro canal interoceánico o nuestros rascacielos. Se encuentra en las mentes brillantes y el potencial ilimitado de niños como María. Cada día adicional sin una respuesta sistémica representa 800,000 futuros que se desvanecen irreversiblemente ante nuestros ojos.
María tiene solo ocho años, y aún hay tiempo para cambiar su historia. Si Panamá actúa con la urgencia que merece una verdadera emergencia nacional, basándose en evidencia convergente, María puede completar su educación con las competencias necesarias para transformar no solo su propia realidad, sino la de todo el país.
Si la sociedad panameña sigue eligiendo la parálisis política sobre la acción decisiva, si continúa priorizando intereses sectoriales sobre el futuro colectivo, María será apenas un nombre más en frías estadísticas de estudios como el de Fudespa-JuxlaE: otra niña cuyo potencial infinito se perdió para siempre entre protestas interminables y los 490 días perdidos de clase que le robaron su futuro.
La autora es dirigente cívica y mentora de Jóvenes Unidos por la Educación (JuxlaE).
