Panamá, un país de apenas 4.3 millones de habitantes, ocupa un lugar único en el mapa geoeconómico global. Su canal interoceánico, puertos de clase mundial y yacimientos minerales lo posicionan como un tesoro de recursos estratégicos. Sin embargo, esta riqueza contrasta con una historia de oportunidades perdidas, corrupción y decisiones cortoplacistas que amenazan con convertir su ventaja en una maldición. En este breve análisis, exploramos cómo Panamá podría reescribir su futuro o condenarse a décadas de estancamiento.
La paradoja: riqueza en medio de la desigualdad
Panamá no es un país pobre, pero tampoco es justo. Con un ingreso per cápita anual de $17,000 (el más alto de Centroamérica), el 25% de su población vive en pobreza y el 10% más rico acapara el 40% de los ingresos nacionales. Esta desigualdad se agrava cuando se analiza el manejo de sus activos estratégicos:
1. El Canal: una joya con fisuras
Contribuye con el 6% del PIB ($2,470 millones en 2024), pero enfrenta desafíos existenciales: el cambio climático y sequías recurrentes, competencia del Canal de Suez y otras rutas alternas.
En 2023, la reducción de tránsito por escasez de agua costó $200 millones en ingresos, exponiendo la vulnerabilidad climática de su modelo.
2. Puertos: éxito a medias
Los puertos de PSA, Balboa, Cristóbal, MIT y CCT, manejados por empresas extranjeras (como Hutchison Ports de China, SSA Marine de Estados Unidos y Evergreen de Taiwán), mueven poco más de 9 millones de contenedores anuales, pero Panamá solo retiene el 15% de las utilidades.
Mientras Singapur convirtió su puerto en un centro de manufactura y tecnología, Panamá sigue estancado en el mero tránsito de mercancías.
3. Minera Panamá: oro que divide
El proyecto Cobre Panamá, suspendido en 2023 tras protestas masivas, simboliza el dilema entre desarrollo y soberanía. Con reservas de 3.1 mil millones de toneladas de cobre (suficientes para cubrir la deuda externa en 15 años), el contrato le otorgaba al país solo entre el 12 y el 16% de las regalías, mientras repatriaba el grueso de sus ganancias a la matriz First Quantum Minerals.
El costo de la mala gestión: jugando al cortoplacismo
La clase política panameña ha convertido la administración de estos activos en un ejercicio de miopía:
Contratos desventajosos: Los acuerdos con multinacionales, como el de Minera Panamá, carecen de cláusulas de renegociación ante alzas en los precios de los commodities. Chile, en comparación, obtiene hasta el 40% de las regalías por su cobre.
Corrupción estructural: Escándalos como los Panama Papers (2016) y los sobornos de Odebrecht revelaron un sistema donde las élites políticas y empresariales priorizan el enriquecimiento personal sobre el interés nacional.
Falta de visión industrial: El 80% del PIB depende de servicios logísticos y financieros, mientras sectores como la manufactura o la tecnología reciben migajas. Costa Rica, con un territorio mucho menor, atrae más inversión que Panamá.
Consecuencias de la mala gestión
Si Panamá insiste en malvender sus activos, enfrentará riesgos existenciales:
Deuda insostenible: Con una deuda externa que excede el 46% del PIB, el país depende de préstamos para cubrir gastos corrientes. Sin reformas, para 2030, el servicio de la deuda consumirá el 30% del presupuesto nacional, como ocurre hoy en Argentina.
Dependencia neocolonial: Al ceder el control de puertos, minas y rutas logísticas, Panamá se arriesga a ser un mero peón en la pugna entre China y Estados Unidos por recursos globales.
Explosión social: Las protestas de 2023 no fueron un hecho aislado. Con un 60% de la población subempleada y el precio de la canasta básica en alza, el malestar podría escalar a niveles vistos en Ecuador y Chile.
Alternativas: de la resignación a la soberanía
Panamá tiene los recursos para ser una “Noruega tropical”, pero requiere audacia:
1. Renegociar contratos, no regalarlos
Aplicar el modelo chileno: crear una empresa estatal de cobre (como Codelco) que explote los yacimientos con estándares ambientales y retenga el 60% de las ganancias.
Revisar concesiones portuarias para que Panamá obtenga el 35% de las utilidades, invirtiendo en tecnología portuaria propia.
2. Fondo soberano de riqueza: educación, no consumo
Destinar el 50% de los ingresos del Canal y la minería a un fondo que financie universidades técnicas, parques solares y startups locales. Noruega hizo esto con su petróleo y hoy su fondo asciende a $1.4 billones.
3. Revolución logística: de pasillo a fábrica
Convertir la Zona Libre de Colón en un hub de ensamblaje electrónico, atrayendo empresas con incentivos fiscales y energía barata. Malasia logró esto en los 90 con sus zonas económicas.
Usar el Canal para exportar hidrógeno verde producido en Darién, no solo para cobrar peajes.
La década decisiva
Panamá está en un punto de inflexión. Sus líderes deben escoger entre seguir firmando contratos que hipotecan el futuro a cambio de coimas o emular a países como Singapur, que pasó de ser un puerto colonial a convertirse en una potencia tecnológica en 30 años.
La elección no es técnica, sino moral: ¿Será Panamá el patio trasero de los intereses globales o el arquitecto de su propio destino? Los recursos están allí. La pregunta es si tendremos el coraje y la inteligencia para aprovecharlos. Como dijo el poeta panameño Ricardo Miró: “No nos falta territorio; nos falta carácter.” La próxima década pondrá a prueba si ese carácter existe.
El autor es práctico del Canal de Panamá.
