Cada 26 de septiembre se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Embarazo no Planificado en Adolescentes. En Panamá, aunque la ley penaliza los encuentros sexuales con menores de edad, aún persiste un elevado número de embarazos en adolescentes como resultado de contactos sexuales con adultos. Según el Informe Milena, publicado en mayo de este año, a pesar del descenso en la tasa de fecundidad adolescente, esta sigue por encima del promedio regional. Actualmente, en Panamá se registran 68.5 nacimientos por cada 1,000 mujeres adolescentes, mientras que en el resto de la región la cifra ronda los 52.1 y, a nivel mundial, los 41.8 nacimientos por cada 1,000 mujeres entre 15 y 19 años.
Detrás de cada número hay una niña cuyos sueños de estudiar o viajar chocan contra la realidad de pañales y leche materna. No es un “problema de ellas”: es un fracaso colectivo que exige respuestas urgentes.
Cuando el promedio de inicio sexual es a los 15 años, algo está fallando. ¿Hablamos de libertad o de presión social disfrazada?
En barrios marginados y comarcas, el sexo se normaliza sin información, y son estos sectores los más golpeados por la realidad de los embarazos adolescentes. Muchas jóvenes creen que “la primera vez no embaraza” o que el método del calendario es infalible. Los varones, por su parte, rara vez asumen responsabilidad. La ausencia de educación sexual convierte el cuerpo en un campo minado.
El Código Penal establece como delito de violación las relaciones sexuales con menores de 14 años. De igual manera, se consideran abuso las relaciones consensuadas con personas entre 14 y 17 años, aunque con una penalización menor.
Según el Informe Milena, que se basó en estadísticas vitales del periodo 2018–2022, 9 de cada 10 madres adolescentes tienen un hijo con una pareja mayor que ellas, en su gran mayoría con una diferencia de edad de más de cinco años. Es decir, adultos mantienen relaciones con menores de edad sin importarles las consecuencias legales y, peor aún, sin importarles que abusan de alguien que no tiene la madurez suficiente para decidir sobre su cuerpo.
Todo esto ocurre mientras, por otro lado, se anuncia que en Panamá los nacimientos han descendido y los matrimonios han aumentado. La realidad es que un grupo importante de jóvenes mantiene relaciones sexuales muy tempranas, con consecuencias para toda la vida: embarazos no deseados o enfermedades de transmisión sexual.
En Panamá se ha luchado por incluir la educación sexual en el currículo escolar, pero en las aulas sigue reinando el silencio. Apenas el 38% de los jóvenes recibe formación integral; el resto aprende a través de redes sociales, amigos o páginas web poco confiables. Mientras el sistema educativo esquiva el tema por presiones religiosas o falta de voluntad política, las aulas se vacían: las adolescentes embarazadas tienen tres veces más riesgo de abandonar la escuela, aunque hoy puedan ser admitidas en los colegios públicos incluso estando embarazadas. Pero, ¿cómo exigirles “superación” si les negamos herramientas?
Casi la mitad de estas jóvenes proviene de hogares fracturados: madres solteras, violencia doméstica o ausencia de alguno de los padres. El círculo es perverso: las hijas de madres adolescentes tienen cuatro veces más probabilidad de repetir la historia. Y aunque el 70% recibe apoyo familiar tras el embarazo, solo el 30% logra continuar sus estudios. La pobreza no es solo económica: es también falta de esperanza transmitida de generación en generación.
La autora es abogada y subsecretaria general de la Asamblea Nacional.


