Mientras algunas instituciones de educación superior alrededor del mundo se preparan activamente para una transformación radical, en Panamá el debate sobre el rol de la inteligencia artificial generativa (AIG) en la enseñanza aún parece incipiente, cuando no inexistente. El reciente anuncio del estado de Ohio, en Estados Unidos, donde todas las universidades públicas integrarán la enseñanza de AIG en sus programas académicos a partir de este otoño, es una señal inequívoca del nuevo paradigma en marcha.
El programa, titulado Fluidez de IA, no es un complemento técnico ni una curiosidad académica. Es una estrategia transversal que busca dotar a los estudiantes —sin importar su campo de estudio— de competencias fundamentales para el presente y el futuro del conocimiento. Desde su primer año universitario, todos deberán cursar un seminario de habilidades en IA, diseñado para enseñar no solo el uso de herramientas como ChatGPT, sino también sus implicaciones éticas, metodológicas y prácticas.
La medida va más allá del entusiasmo por la tecnología. Implica una visión institucional en la que la IA no se percibe como una amenaza a la integridad académica, sino como una herramienta poderosa que, si se integra con responsabilidad, puede enriquecer los procesos de enseñanza y aprendizaje. Por ejemplo, en lugar de prohibir o temer el uso de IA generativa, a los estudiantes se les plantea un reto más complejo: utilizarla para diseñar propuestas —como un plan de lecciones en carreras de educación—, evaluarlas críticamente y justificar los cambios realizados con base en criterios pedagógicos.
Este enfoque supone también un compromiso serio con la capacitación docente. Ohio está invirtiendo recursos para que sus profesores no enfrenten esta transición en solitario: hay subvenciones disponibles, formación continua y una estrategia interdepartamental para sostener la implementación de esta política educativa.
En contraste, en muchas universidades panameñas aún se percibe la IA como una amenaza latente o una moda pasajera. Mientras tanto, nuestros estudiantes, por su cuenta y riesgo, ya están experimentando con estas herramientas. Lo hacen sin acompañamiento, sin orientación ética ni técnica, y muchas veces bajo el temor a sanciones más que con el estímulo a innovar. Esta situación genera una brecha creciente: no solo entre instituciones panameñas y extranjeras, sino también entre los propios actores del sistema educativo local.
La pandemia ya demostró que el modelo educativo tradicional podía adaptarse forzosamente. Pero ahora, con la irrupción de la inteligencia artificial, el cambio no puede depender de la urgencia, sino de la visión. Las universidades que hoy lideran este proceso no esperan a que una crisis las empuje: entienden que la disrupción ya es la norma.
Panamá no puede darse el lujo de ignorar esta transformación. Si queremos formar profesionales competitivos, éticamente responsables y capaces de liderar en sus campos, nuestras casas de estudio deben asumir un compromiso claro con la alfabetización digital avanzada. Eso incluye integrar cursos de AIG en todas las carreras, capacitar de forma continua a su planta docente y adoptar un enfoque institucional que vea en la IA una aliada, no una enemiga.
La educación superior panameña tiene una oportunidad histórica para dar un salto trascendente. Seguir posponiendo este debate o reaccionar con temor solo nos alejará más de las dinámicas globales del conocimiento. El momento de actuar es ahora.
El autor es máster en administración industrial y está certificado en IA generativa.
