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Panamá, la patria mía...

Noviembre, mes de la patria. La frase que más escucharemos en las próximas cuatro semanas. Aunque, este año pudiera ser que después del 20, la palabra más repetida sea ¡Gooooollllll!

Dudo yo que muchos países hayan tenido la puntería de que casi todas las acciones emancipadoras de su historia se hayan dado en el mismo mes del año. Entre gritos, independencias, separaciones, banderas y demás manifestaciones de nuestra nacionalidad, el mes de noviembre ha quedado reducido a unos pocos días laborables, rodeados de fiestas, celebraciones y desfiles de todo tipo.

El orgullo nacional me parece muy válido. Emocionarse al oír el himno en un evento deportivo, al ver ondear la bandera cuando uno viaja al extranjero o al ver a una pareja bailar una pieza folklórica en una presentación internacional es perfectamente válido, y hasta natural. Querer la tierra donde uno nació es un sentimiento que vamos desarrollando a lo largo de nuestra vida, desde los primeros años de educación pre-escolar hasta nuestra vida adulta. Incluso, aspectos no muy elegantes de nuestro léxico sirven para identificar a un panameño entre personas de distintas nacionalidades. Seguro muchos de nosotros hemos reconocido a algún pana, al escuchar al azar panameñismos tan autóctonos como chu…, ahue…, o “estás en Bosnia…”.

Pero algo importante es que sepamos diferenciar el patriotismo del absurdo patrioterismo de que somos testigos en estos días de “fiestas patrias”. Recuerdo cuando, durante mi infancia, era común ver banderitas panameñas en todos los carros que circulaban por la ciudad. En la década del 60, cuando la dictadura secuestró los símbolos patrios, al punto de robarse los colores para su partido, poco a poco se fue perdiendo esa costumbre para no seguirle la corriente a los gorilas y sus secuaces que nos desgobernaban.

Aún hoy, los diputados, representantes y políticos en general tratan de utilizar las fiestas patrias como una oportunidad para hacerse ver entre la gente, como si les importara lo que le pasa a los ciudadanos, cuando lo único que les importa a muchos de ellos es por quién votarán esos ciudadanos en las próximas elecciones.

Por eso, no nos debe extrañar que aparezcan como abanderados de los desfiles, financien dianas, icen la bandera en su pueblo (o en el ajeno), roben cámara en las tarimas y siempre se asomen en las fotografías conmemorativas de las fiestas. Finalmente, es lo mismo que hacen fingiendo ser devotos del Cristo negro, del Cristo de Atalaya, del Toro guapo, del almojábano con queso, del sombrero pinta’o o de las cutarras atómicas… fiesta que haya, ahí aparecen…

Y el gobierno, no pierde oportunidad para gastar dinero en cosas inútiles. Tan solo hace dos días, el 4 de noviembre, vimos unos helicópteros paseando una bandera gigante sobre la ciudad capital. No se cuánto cueste solamente en combustible ese “viaje patriótico”, pero seguro que se pudiera encontrar un uso más apropiado para esos recursos.

Pero rasgarse las vestiduras haciendo ver que la patria les importa no combina muy bien con los actos de corrupción que constantemente nos restriegan en la cara una y otra vez nuestros políticos. Tan solo hace unos días, fuimos testigos de cómo se han usado influencias para obtener “ayudas económicas” y pagarle carreras a familiares de diputados, ministros, consejeros, copartidarios y todo tipo de personas cercanas a los círculos de poder, tanto del gobierno actual, como de los anteriores.

Pero no solo es el gobierno el que tiene que demostrar amor por la “patria”. Ahí tenemos el país desfilando por todo tipo de listas de colores por no cumplir con las normas diseñadas para evitar que se use nuestra plataforma legal y bancaria para esconder recursos financieros. Desde los tristemente famosos “Panama Papers”, nos hemos convertido en el sitio favorito para que las series de Hollywood o Netflix laven dinero. No importa dónde se filme la serie, cuando hay alguna triquiñuela financiera, nos mencionan entre las escalas de los fondos de origen turbio.

Y el pataleo de que “no es justo”, porque el dinero está en otros países o porque las leyes panameñas son similares a las de Delaware o Nevada no soluciona nada. Que en Delaware se hagan mal las cosas no es una excusa para hacerlas mal en Panamá. Por más que implementemos leyes sin consecuencias ni se sancione a los corruptos, no ayuda en nada para sacarnos de las funestas listas de lugares donde existen condiciones que permiten violar leyes financieras.

Del mismo modo, nuestro sistema judicial no ayuda a mejorar la imagen del país. En un mundo interconectado de forma instantánea, donde las noticias corren en todas las direcciones, que no pueda ni juzgarse a los acusados de corrupción, es muy mal signo. Los recursos leguleyeros infinitos que se usan para entorpecer los procesos judiciales perjudican mucho la percepción de seriedad del país. Hay abogados, cuya simple presencia en el equipo de defensa de un acusado, ya hace sospechar de su culpabilidad, mientras garantiza la imposibilidad para juzgarlo.

Así, las fiestas patrias no deben usarse como trampolín para jugar a la politiquería barata. Querer a Panamá implica mucho más que dar fervorosos discursos patrioteros. Querer a Panamá se demuestra con actos sencillos de todos los días, que nos hacen un mejor país. Donde la justicia, la ética y la honestidad sean nuestros elementos distintivos y no el “juega vivo”, la politiquería y las triquiñuelas. De cada uno de nosotros depende… ¡Que viva Panamá!…

El autor es panameño.


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