Varias cuentas en redes sociales, con miles de seguidores, proponen —en broma y en serio— que en Panamá apliquemos la “solución” de Nepal: asaltar la Asamblea Nacional, prenderle fuego, perseguir a políticos y a sus hijos que despilfarran el dinero público, corretearlos hasta que salgan del país y, después, escoger a una persona “decente” que gobierne de forma interina y convoque elecciones. El saldo en Nepal: cerca de 70 muertos, daños en infraestructuras —que los mismos jóvenes ahora limpian— y, supuestamente, la democracia por venir.
Lo irresponsable es dar a entender que esa podría ser una opción válida, ofreciendo a nuestra sociedad un desfogue virtual frente a la corrupción que arrastramos desde hace décadas, perpetrada también por los nepobabies del patio, que sin el menor pudor replican las mañas de sus padres. Y es irresponsable porque esa “salida” es peligrosa y, además, directamente estúpida.
¿Quién pondrá los muertos? ¿Quién será el candidato “decente” que convoque elecciones en cuestión de meses? ¿Cómo afectaría una revuelta de ese calibre nuestra responsabilidad sobre el Canal, ya cuestionada por Donald Trump y su pandilla, con la complicidad servil de buena parte de los sectores sociales? ¿Está nuestra generación Z lista para semejante arranque de “patriotismo”? Lo que proponen esas cuentas es un brindis al sol, un acto de gasolina sobre una mecha que se hace cada vez más difícil de contener.
“A río revuelto, ganancia de pescadores”: esos predicadores virtuales del facilismo no son capaces de sopesar pros y contras, ni de esperar a ver si funciona en Nepal, menos aún de imaginar si aquí semejante salvajada podría ser solución. No lo será allá, con seguridad, y esos bravucones del teclado tampoco estarán en las calles poniendo su vida por la patria; se quedarán viéndolo ocurrir para después compartir, en redes, el heroísmo de otros.
Panamá no es Nepal. Que no se nos olvide, por mucho que nos roben los de siempre.
El autor es escritor.

