Panamá ha sido, desde sus orígenes, una nación de tránsito, un puente entre océanos, entre culturas y entre mercados. Sin embargo, una parte de nuestra sociedad —atrapada en viejos temores, intereses corporativos y una visión parroquial del mundo— insiste en sabotear cualquier iniciativa que nos conecte con el futuro. Hoy, esa visión miope se manifiesta en la oposición a la entrada de Panamá al Mercosur, un bloque económico que puede ser la puerta de entrada para que el país se integre a un mercado ampliado de más de 300 millones de personas, con el potencial de convertirse en un centro de enlace entre América del Sur y los mercados asiáticos.
No nos engañemos: el interés de Mercosur en Panamá no se reduce a nuestro mercado interno —insignificante en tamaño— sino a nuestro valor logístico. Nos buscan por lo que representamos: un país con dos mares, un canal interoceánico, puertos en ambos océanos, zonas logísticas y una ubicación que nos conecta con más de 1,700 puertos en el planeta. Nos quieren porque podemos ser el Rotterdam de América, la plataforma más eficiente para distribuir productos sudamericanos hacia China, Japón, Corea y todo el Asia-Pacífico. ¿Y nosotros? ¿Vamos a decir que no?
Algunos grupos de presión, como ciertos sectores ganaderos agrupados en Anagan, se han lanzado a bloquear el proceso de ratificación en la Asamblea Nacional. Alegan que el Mercosur nos perjudicará, sin entender que el verdadero daño es quedarnos aislados del mundo. En vez de defender su parcela con muros, deberían verla como parte de una finca mucho más grande: China es un mercado de más de 1,400 millones de personas, con una creciente demanda de proteína animal. ¿No sería lógico que los ganaderos panameños se preparen para exportar carne de calidad en lugar de encerrarse en una economía de escala mínima?
Panamá no puede seguir rehén de intereses mezquinos. Mientras nuestros vecinos expanden sus tratados, diversifican sus exportaciones y modernizan sus sistemas logísticos, nosotros seguimos atrapados en debates internos y sospechas autodestructivas. La historia no espera. O nos integramos al mundo o el mundo nos dejará atrás.
Ingresar al Mercosur es solo el comienzo. Debemos pensar en grande: convertirnos en el centro logístico de las Américas, atraer inversiones, desarrollar un canal seco moderno con un tren interoceánico, consolidar nuestra red de puertos y zonas francas, y fortalecer nuestros acuerdos comerciales con los grandes bloques económicos del mundo. Panamá no puede conformarse con ser un punto en el mapa: debe ser un eje.
Es hora de comprender que nuestro mercado real no son los cuatro millones de habitantes que viven en este istmo, sino los seis mil millones de personas que viven en los países que comercian a través del Canal de Panamá. Ese es nuestro mercado, esa es nuestra vocación, ese es nuestro destino. Solo tenemos que atrevernos a dar el paso.
El autor es exdirector de La Prensa y empresario.
