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Panamá tiembla en silencio

Aunque muchas personas perciben al país como una zona de bajo riesgo sísmico, la realidad científica y técnica demuestra lo contrario.

Desde el punto de vista geológico, el istmo de Panamá, tal como lo conocemos hoy, surgió hace aproximadamente 3 millones de años, producto de una compleja colisión entre las placas tectónicas de Cocos, Nazca y el Caribe. En el Biomuseo se explica cómo esta unión cambió la historia del planeta al conectar Norte y Suramérica y alterar los océanos y climas del mundo.

El Valle de Antón fue, hace miles de años, uno de los volcanes explosivos más grandes de la región. La evidencia geológica sugiere que su erupción lanzó rocas y material volcánico hasta zonas costeras del Pacífico, donde aún pueden encontrarse vestigios. En el propio valle persisten zonas con aguas termales que confirman esa actividad volcánica antigua.

Según el Instituto de Geociencias de la Universidad de Panamá, nuestro territorio presenta fallas geológicas activas tanto en el Caribe como en el Pacífico. El país está rodeado por múltiples fallas tectónicas regionales, lo que genera una constante actividad sísmica de baja intensidad, imperceptible para la mayoría de la población. Esta energía acumulada puede liberarse de forma abrupta cuando coinciden movimientos entre más de una placa tectónica, incrementando exponencialmente el riesgo de un sismo de gran magnitud.

Entre las fallas identificadas están la de Limón, Pedro Miguel, Gatún y Santiago. Todas han generado sismos en el pasado y se ubican cerca de zonas densamente pobladas, como Ciudad de Panamá y Colón, así como de infraestructuras críticas como el Canal de Panamá y el aeropuerto de Tocumen.

Uno de los terremotos más significativos ocurrió el 7 de septiembre de 1882, con epicentro cerca de Colón y una magnitud estimada de 7.9 en la escala de Richter. En ese momento, Panamá aún formaba parte de Colombia y no existían la infraestructura ni la densidad poblacional actuales. Un sismo de esa magnitud hoy tendría efectos catastróficos, especialmente en áreas urbanas con alta concentración de activos expuestos.

En lo que va de 2025 ya se han registrado varios sismos importantes en territorio panameño:

  • 21 de marzo: terremoto de 6.2 al sur de Coiba.

  • 5 de junio: sismo de 5.6 en la región occidental.

  • 14 de julio: terremoto de 6.2 cerca de la provincia de Chiriquí.

Estos eventos refuerzan la necesidad de actuar con visión preventiva. En el entorno regional también se han registrado movimientos relevantes este año: un sismo de 6.5 en Colombia (julio), otro de 6.7 en Chile (mayo) y temblores en Guatemala y Nicaragua, lo que confirma que nuestra región geológica está en constante tensión.

La planificación del desarrollo urbano, el cumplimiento de normas de construcción, la preparación institucional —incluidos los protocolos del SINAPROC— y la conciencia ciudadana son factores clave para mitigar los efectos de un evento sísmico. También lo es contar con seguros adecuados.

En Panamá, la mayoría de las pólizas de incendio y multirriesgo incluyen el endoso de extensión de cobertura catastrófica (incendio, terremoto, huracán, inundación, etc.), especialmente cuando son exigidas por una institución financiera. Sin embargo, la penetración de estas coberturas es baja: muchas personas solo adquieren seguro si tienen una hipoteca, y por el monto del préstamo, no por el valor real de reposición. Esto genera infraseguro y puede activar la regla proporcional, penalizando al asegurado en caso de siniestro.

Un terremoto no solo provoca daños físicos: puede causar interrupción de operaciones, desalojos o cortes en la cadena de suministro, con pérdidas económicas aún mayores. Por ello, las coberturas por lucro cesante o interrupción de negocio deben considerarse seriamente, aunque los bancos no las exijan.

Estudios recientes del Swiss Re Institute y Munich Re NatCatSERVICE confirman que Panamá no está exento de riesgo sísmico. Ambos incluyen al país en sus modelos de riesgo catastrófico para América Latina. Aunque los sismos de gran magnitud son poco frecuentes, estiman un terremoto mayor al menos una vez cada 200 o 250 años. Estas conclusiones han llevado a las reaseguradoras a recalibrar sus parámetros de exposición, lo que debe considerarse en las pólizas locales.

¿Qué hacer entonces?

  1. No subestimar el riesgo. La ausencia de sismos frecuentes no significa ausencia de peligro.

  2. Revisar las pólizas. Propietarios de viviendas, comercios e industrias deben asegurarse de contar con:

  3. Fortalecer el cumplimiento del código sísmico, establecer inspecciones regulares y fomentar campañas de educación para toda la población.

Panamá no necesita vivir con miedo, pero sí con conciencia y preparación. Negar el riesgo sísmico es irresponsable. Enfrentarlo con prevención, decisiones estructurales bien planificadas y seguros diseñados correctamente puede marcar la diferencia entre una catástrofe y una recuperación oportuna, protegiendo no solo activos, sino también vidas humanas.

El autor es asesor y broker especialista en riesgo y seguros.


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