Cuando Panamá logró recuperar su soberanía sobre el Canal en 1999, muchos pensaron que había terminado el capítulo de las grandes potencias interesadas en nuestro territorio. Pero la historia no se borra: solo cambia de forma. Hoy, con un mundo que se acerca peligrosamente a una conflagración global, Panamá vuelve a estar en el centro del tablero geoestratégico internacional.
En las últimas décadas, el Canal ha operado con eficiencia y neutralidad. Sin embargo, esa neutralidad está siendo puesta a prueba por un entorno cada vez más tenso:
Las flotas de guerra de China, Estados Unidos y otras potencias cruzan rutas que convergen en nuestro mar.
La guerra en Ucrania, el conflicto en Medio Oriente y la amenaza de una confrontación entre bloques geopolíticos anuncian un futuro incierto.
La fragilidad de nuestras propias instituciones deja expuesta la retaguardia.
Panamá no tiene ejército. Y no lo necesita. Pero sí necesita conciencia estratégica. Porque cuando los mares se militarizan, el istmo se convierte —otra vez— en codiciado botín o en terreno de disputa simbólica. No debemos pecar de ingenuos.
La geografía como destino
La posición geográfica de Panamá ha sido, desde siempre, una bendición ambigua. Nos dio relevancia histórica y nos trajo conflictos. Hoy, esa relevancia se multiplica:
Más del 5 % del comercio mundial cruza por nuestras aguas.
Somos la única ruta interoceánica controlada por un país pequeño y pacífico.
Alrededor del Canal se asienta una de las zonas logísticas más dinámicas del hemisferio.
Pero la paz no es un regalo: es una construcción. Y la neutralidad no se sostiene sola, ni con tratados desactualizados ni con discursos vacíos.
¿Y si mañana estalla la guerra?
En caso de un conflicto global —una posibilidad que ya no parece remota—, el Canal de Panamá sería inmediatamente objeto de presión, interés, amenazas o sabotajes. ¿Estamos listos?
¿Hemos asegurado nuestras capacidades cibernéticas, energéticas y logísticas?¿Tenemos protocolos de emergencia para garantizar la continuidad del tránsito?¿Sabemos cómo proteger nuestros puertos, cables submarinos, centros de datos?¿Tenemos una diplomacia preparada para mediar sin claudicar?¿Estamos formando a nuestros jóvenes en el entendimiento del mundo al que pertenecemos?
La respuesta, lamentablemente, es no.
Una patria sin brújula estratégica
Mientras el mundo se reconfigura, Panamá sigue atrapado en el cortoplacismo político, el clientelismo parlamentario y la ceguera educativa. Seguimos discutiendo las migajas mientras el tablero global se mueve.
Es hora de levantar la mirada.Es hora de recuperar el sentido histórico de nuestra ubicación. Es hora de exigir un liderazgo con visión geoestratégica.
Neutralidad no es pasividad
El Tratado Torrijos-Carter consagra la neutralidad del Canal. Pero esa neutralidad exige vigilancia, diplomacia activa, resiliencia nacional y unidad interna. Requiere que, como país, estemos a la altura del rol que la historia —una vez más— nos está imponiendo.
Porque si no entendemos nuestra geografía como destino y responsabilidad, otros la entenderán por nosotros. Y entonces, ya será demasiado tarde.
El autor es exdirector de La Prensa.

