Desde hace poco más de tres años se observa un cambio importante en el ámbito cultural: el Museo de Arte Contemporáneo, único de su clase en el país, ha transformado su junta directiva, sus estrategias de comunicación y sus actividades educativas. Han desarrollado disímiles talleres sobre formación artística, creados bajo la iniciativa de fundaciones como la Fundación Casa Santa Ana y FundArte, entre otras.
Los artistas, animados con la idea del cambio, comenzaron a gestionar proyectos individuales y colectivos. La fotografía resurgió con una sed enorme de protagonismo pero también con grandes carencias de formación profesional, debido principalmente a la ausencia de una academia en el país. Aproximadamente en la ciudad de Panamá existen nueve galerías de arte; podría decirse que, con alguna excepción, inaugura mensualmente una exhibición. Aunque tenemos a la Universidad de Arte Ganexa que posee un programa variado, su plan de materias podría, a mi juicio, contemplar asignaturas menos tradicionales.
Existen también proyectos y centros culturales relevantes dentro del entorno, como el Centro Cultural de España-Casa del Soldado, uno de los mejores del país; la Fundación Fototeca de Panamá, que no posee sede fija aún pero se interesa en investigar y promover la fotografía en Panamá, además del Museo de la Ciudad, un proyecto organizado por el PNUD y la Alcaldía de Panamá que surgió para celebrar los 500 años de la ciudad, con un programa de exhibiciones que muestran diversos hechos y peculiaridades de la sociedad panameña. Sin embargo, no se organizan ferias y/o bienales de arte en el país, una práctica adoptada casi universalmente para estimular la producción continuada de obras de arte, incluyendo, naturalmente, la fotografía.
Por otra parte, se recibe con optimismo la creación del primer Ministerio de Cultura. ¡Podría pensarse que el sueño de muchos se ha hecho realidad! Quienes estaban distanciados regresan ahora con misiones definidas y el ánimo de mejorar las cosas. Parece resurgir una suerte de emoción coyuntural.
De las manifestaciones artísticas en Panamá podría decirse que existe un cierto equilibrio de evolución; tanto en el cine como la música, el teatro, la danza y la literatura. La pintura ocupa un lugar especial porque su producción es en gran medida aislada y el consumo se estimula básicamente por el derrotero que fijan las exhibiciones o colecciones privadas; aquí podemos destacar también el Street Art o arte de calle, cuya motivación se basa en elementos urbanos de la ciudad (parques, ruinas, puentes, etc.) entrelazados con la naturaleza. Sus temas son locales y globales: el amor, el odio, la guerra, la fantasía, las personas. La fotografía ha despertado de un sueño profundo porque emergen más fotógrafos, específicamente en el ámbito comercial, editorial y la moda (porque hay que comer) y por otro lado coexiste un mayor interés en perfeccionar el dominio de la técnica. Todavía es un reto ubicar a la fotografía artística en un alto rango de consumo. El mercado de arte en Panamá es pequeño, pero exclusivo.
Importa destacar que la educación artística está en crisis. No existe una academia de arte. Muchos artistas se educan fuera del país, los que pueden y los que no, aprenden con cursos que se imparten en diferentes sectores. Este año la cantidad y calidad de talleres ha superado al año pasado. Sin embargo aún se tiende a confundir el entusiasmo con la preparación indispensable para la ejecución de la obra. ¡En la educación radica el éxito o el fracaso cultural del país!
Más que la censura, existe en Panamá en el medio artístico una censura autoimpuesta que se puede entrever en la casi ausencia de crítica de arte. Todo está bien. Todo funciona. Todo es bonito. El pensamiento contrario es herético y obstaculiza la vitalidad no tanto de la obra, sino la de todos los que conforman el círculo del arte que no debe ser cerrado, sino dejar espacio por donde circulen los criterios. No se dice lo que se piensa cuando no se está de acuerdo con lo que se escucha o lee. Si se contradice o critica al artista, entonces se convierte el asunto en un vía crucis mental y por consiguiente emocional, que puede traer negativas consecuencias en el ámbito profesional y personal del que critica. Los que sienten que de alguna manera se les critica, suelen mostrar lo que aquí y en muchas partes se denomina “ego”.
Me gustaría concluir con una proposición: rompamos el comentario en voz baja y la censura autoimpuesta.
El autor es licenciada en Historia del Arte, curadora e investigadora