“La educación no transforma la sociedad, transforma a los individuos que transforman la sociedad.” Estas palabras del pedagogo Paulo Freire aluden a la responsabilidad que tiene la educación con la sociedad, y viceversa. No es concebible separar al individuo de la idea de sociedad, pues la relación entre ambos tiene su génesis en que cada persona influye en su entorno social, y a la vez es moldeada por él.
En este sentido, el pensamiento crítico da sentido a la idea de que no basta con transmitir y almacenar información; es necesaria su activación en el contexto en que se desenvuelve el individuo. Por ello, educar es la máxima expresión del desarrollo social, ya que permite formar ciudadanos comprometidos con su entorno.
Estamos entonces ante lo que constituye el pensamiento crítico, elemento fundamental del desarrollo profesional y personal; es decir, de la formación integral del individuo.
¿Pero qué es el pensamiento crítico? Puede entenderse como la capacidad de analizar y valorar la información de manera lógica y racional. Todo esto con el fin de emitir juicios coherentes y sensatos y, como consecuencia, tomar decisiones sustentadas en ese proceso informativo que surge de la necesidad de aplicar lo aprendido. Se puede afirmar, entonces, que el pensamiento crítico está intrínsecamente vinculado con la apropiación del conocimiento, no como fin último, sino como punto de partida.
Este tipo de pensamiento es esencial para el desarrollo social, pues promueve la capacidad de obtener información y cuestionarse constantemente sobre su beneficio real. De esta forma, convergen dos características fundamentales: la curiosidad intelectual y la mente abierta. Así se descubre que el conocimiento no lo es todo, sino que cobra verdadero sentido cuando se aplica.
La búsqueda constante de información implica cuestionar todo lo que nos rodea: ¿Qué sé?, ¿para qué lo sé?, ¿qué puedo hacer con lo que sé? Y, más importante aún: ¿qué podemos hacer como sociedad panameña con ese conocimiento? Una sociedad que aplica el pensamiento crítico en todos sus ámbitos es una sociedad que evoluciona colectivamente y construye su futuro con eficacia.
El norte de la educación panameña debe enfocarse en desarrollar en los estudiantes la capacidad y el deseo de aprender para formarse y transformarse cada día. No basta con adquirir conocimientos; es necesario cuestionarse por qué aprender, para qué y cómo aplicar lo aprendido.
En este escenario, es fundamental tocar la mente y el corazón de quienes aprenden. Por ello, la labor docente se convierte en el mayor acto de compromiso y entrega hacia sus estudiantes. Se trata de sembrar sueños para cosechar futuros grandiosos.
El autor es docente y estudiante de Derecho.

