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Pensar en el presente y olvidar el futuro

El 2023 es un año que deja un puñado de lecciones y experiencias que, como sociedad y colectivo, deberían de servir para pensar en una nueva forma de organizarnos para gestionar decisiones que nos lleven a crear acciones que nos ayuden a construir un mundo con posibilidades. Sin embargo, debo confesar que mi pesimismo merma un poco mi esperanza y, al mismo tiempo, hay pequeñas cosas que me levantan, como un náufrago que ha perdido la fe y, de pronto, ve a lo lejos tierra firme.

Debemos admitir que no todos estamos pensando en esas posibilidades que podemos alcanzar como colectivo porque las preocupaciones individuales son la prioridad para la mayoría de las personas que deben madrugar para confrontar el tráfico y poder llegar a tiempo a su trabajo o los que hacen fila para conseguir un cupo para una cita médica. El mundo tiene una posibilidad solo cuando hay un espacio en él para que podamos sobrevivir. No es una actitud egoísta; es una postura responsable ante la realidad. Cada ser humano se preocupa porque los miembros de su familia reciba las necesidades básicas.

Frente a problemas globales y locales que nos afectan a todos como país, estoy pensando en la inflación, la crisis ambiental, la seguridad alimentaria, la inseguridad, la crisis energética (con o sin apagón dudoso), la encrucijada política, la impactante migración humana, las tensiones geopolíticas, la descomposición de la gobernanza, nacional e internacional; para los panameños de a pie, estas realidades no tienen nada que ver con sus vidas ni son una preocupación porque existen problemas inmediatos que tienen que confrontar.

Estamos tan ocupados en sobrevivir que no hay tiempo para pensar si Canadá arde en llamas o si hay personas que están muriendo congeladas en Rusia, o si un loco de la extrema derecha gana la presidencia en un país de Suramérica o si otro en Centro América está acabando con la democracia o si la guerra en Gaza deja a miles de niños muertos y a otros miles sin hogar o si miles de migrantes huyen de su patria buscando un nuevo destino. Cada ser humano vela por su supervivencia en su propio espacio vital. Eso es así aquí y en la otra vida, aunque la realidad sea más cruel para unos y otros.

Dice Yuval Noah Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI que 7 mil millones de personas en el mundo tienen 7 mil millones de prioridades que atender personalmente; todos tienen problemas más acuciantes que el calentamiento global o la crisis de la democracia liberal. Algo similar sucede a nivel nacional: muchos problemas relacionados estrechamente a la política criolla y nuestra libertad que influyen directamente en la vida de la gente, parecen no importar a la mayoría y, sin embargo, eso no hace que dejen de ser parte de nuestros problemas personales.

Solo en este mes, por circunstancias personales, he tenido que visitar varios centros de salud, entre ellos el Instituto Oncológico Nacional y la CSS. Me resultó sumamente triste ver estos centros de salud en un estado deplorable de hacinamiento y sin recursos. Tanta gente preocupada por su salud es imposible que tengan tiempo para pensar en temas como la educación o la minería, pensé. Nadie les podría criticar si no van a una marcha o si no quieren tomar postura alguna. Sin embargo, cuando lograba escuchar alguna conversación de los pacientes (tengo poderes sobrenaturales para escuchar relatos) mientras esperaban atención, podía notar que sus temas estaban vinculados a problemas políticos y que sí existe preocupación por cierta parte de la realidad, pese a que aquellos cuerpos enfermos y cansados luchan por sobrevivir.

Para una persona, y creo no equivocarme si digo que la mayoría, el presente es más importante que el futuro porque no sabe si el futuro existirá para ella. ¿Para qué preocuparse por un destino incierto que no sabemos ni siquiera cómo será? El presente es más importante que el futuro, aunque también sabemos que lo que hagamos en el presente afectará el futuro. Los panameños vivimos en un país enfermo y por eso el presente es un acto diario de curación.

El 2024 se perfila como un año de incertidumbre porque ya perdimos los referentes políticos que podían ayudarnos a pensar en la esperanza de tener un mejor país. El 2023 cerró con una lucha por el patrimonio natural que puede significar que aún quedan referencias positivas desde la naturaleza, pero eso no significa que hayamos resuelto nuestros principales problemas en términos de salud y educación, por ejemplo.

Tal vez debamos pensar en el presente y menos en el futuro, porque si mejoramos la calidad de vida hoy, tal vez tengamos posibilidad de vivir mejor en el mañana. Las lecciones del 2023 deben servir para darle forma a este presente empobrecido y en decadencia. El 2024 va exigirnos más imaginación que política barata, discursos demagogos y promesas de otras estrellas. Será vital imaginar para deconstruir el presente y desafiar una realidad enferma, con instituciones enfermas y personas enfermas. Que Dios nos acompañe en esta empresa. Feliz Año Nuevo.

El autor es escritor


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