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Polarización

La polarización no es solo ideológica, es también emocional. La primera nutre el descontento y la segunda lo resuelve con violencia. La primera se arroga el derecho a motivar repercusiones, la segunda obedece a ello.

Cuando la libertad académica molesta, molesta porque es con esa libertad que el pensamiento, la idea y, en última instancia, la verdad, confrontan el poder desde la educación, desde la formación de hombres y mujeres que decidirán cómo quieren y qué quieren para su existencia. Hay quienes buscan una educación universitaria porque una profesión es, para ellos, una máquina de hacer riquezas, dineros, posición social, y alcanzar el poder, que tantos se disputan sin formación ni ética. Otros, buscan una formación ética, una visión universal, una educación integral que les ilumine, que abra y despegue caminos para andarlos, donde compartir el privilegio de la escolaridad, del conocer y del saber.

Frente a un universo de falsedades, confabulación y conspiraciones para vestir la mentira, confundir y desordenar, de absurdas y vulgares verdades alternativas, sus autores están de acuerdo que es la libertad académica, el obstáculo que hay que derribar. Esa libertad que descubre lo inesperado, lo desconocido, al Otro, aquello con lo que no estamos familiarizados y que tiene el encanto del conocimiento y la delicia del intelecto. Esa libertad académica nos inculca cuestionarnos y cuestionar, buscarnos y buscar, analizar y criticar, hacernos opinión y trazarnos rebeliones. Cuando el estudiante universitario es un cliente o un consumidor, ha señalado alguno con meridiana puntualidad, su control y su obediencia son el resultado. Ese propósito ha generado el asalto a la educación democrática.

¿Entendemos ahora las múltiples excusas para señalarle al cuerpo académico de una universidad, cuál ha de ser su currículo, quiénes van a ser sus profesores, cuáles sus alumnos, de dónde, de qué color, de qué lengua o geografía? ¿Por qué la amenaza de revisarles el origen y monto de sus donaciones, de suspenderles sus ayudas federales o estatales, de multarlos, incluso apresarlos, y quedarse con sus propiedades?

La educación superior no es antisemita, eso es una excusa para violar la libertad académica de las universidades. Ni siquiera porque haya un número significativo de estudiantes hostiles a las políticas del gobierno de turno de Israel, como hay israelíes fuera y dentro de Israel que le son hostiles al gobierno de Netanyahu, o también les duelen las miles de muertes indiscriminadas de niños en Gaza, en Ucrania, en Sudán y el Congo, que producen los mismos dolores y pérdidas que produjo la avalancha de asesinos de Hamás, cuando oscurecieron el cielo israelita en la mañana horrorosa del 7 de octubre de 2023 y curtieron las tierras subterráneas de Gaza de cuerpos desnudos y violados, los de sus prisioneros secuestrados cobarde y brutalmente.

En la educación, el poder que atenta contra la libertad académica también secuestra la libertad individual. Se comienza con la quema de libros, el cierre de las bibliotecas, la destitución de profesores y el anonimato de autores. Se modifican los currículos, se obliga a reducir sus admisiones, se discrimina por nacionalidades, ideologías, la densidad del pigmento en la piel, el acento con que una lengua original y extraña le da música y embrujo a las palabras y a las conversaciones, que ya escasean. Se extorsiona a las universidades y a sus diferentes escuelas, con métodos cuyos tonos superan al maestro, tonos ásperos de mafia y terrorismo, que rinden al más inocente y al más valiente. Tampoco es falso que estudiantes judíos se sientan en peligro en algunos campus universitarios y ciudades en diferentes partes del mundo. Igual inseguridad sienten miles de inmigrantes y latinos en las calles y lugares de trabajo en Estados Unidos, miles de africanos y musulmanes en Europa, y también podrían decir que han sido abandonados a su suerte por los mismos que reclaman se los proteja donde se movilicen o hagan sus vidas.

El poder del dinero se apropia de lo ajeno en un acto de corrupción detestable, para rendir, arrodillar y obtener el control académico, desde donde se amasen las nuevas formas del hombre y la mujer para una sociedad obediente, que no cuestione, que doblegue al otro para conseguir lo suyo, que se le inculca que lo importante no es convivir, sino vivir y vivir con dinero. Las universidades necesitan recursos económicos para cumplir a cabalidad con la educación y la autonomía de sus programas. Algunas viven de mayores donaciones que otras, pero todas las donaciones se dedican a los propósitos de los donantes y se fiscalizan. No son donaciones a una cartera común, sino a una gestión que tiene que respetarse.

No existe duda de que la participación activa en los debates en los campus universitarios, con el derecho sentido y no negociable a ser expresivos en cuanto a lo que se cree y se piensa, alimenta la polarización. El interlocutor conoce cómo hacerlo. Termina mal. Pero peor son la mentira y el oprobio, que al mismo tiempo alimentan la intolerancia y el abuso. El escenario es denso en disputas: el cambio climático, la brutalidad policial, la diversidad sexual, los derechos humanos, Israel y Palestina, los inmigrantes ilegales, la inmigración como derecho, la institución de la discriminación, y como tormenta que devasta soberanía y cultura, el terrorismo de Estado y el de odios y venganzas, el tráfico de drogas, el abuso del nombre de Dios.

No hay que buscar lejos los orígenes y los actores. Los políticos sin ética no pueden esconderse. No es el hombre o la mujer de la calle, que siente en sus carnes el golpe que los rechaza y los insulta, es el hombre y la mujer que se sientan en recámaras acondicionadas donde se hacen leyes o pupitres ejecutivos donde se firman, para mentir, para vengar, para perseguir y para doblegar seres humanos y volver a mentir.

El autor es médico.


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