La pollera panameña es por sí sola un referente en lo que a orgullo nacional corresponde. Creo que la mayoría de las panameñas en algún momento de su vida ha aspirado a lucirla o, mejor aún, la han vestido con la alegría que da el saberse envuelta en la creación maravillosa y única de las manos laboriosas de artesanos panameños.
Para mí la pollera representa muchas cosas. Es el hilo conductor de muchos y variados recuerdos de mi infancia, mi adolescencia y mi vida adulta. Han sido numerosos los eventos en los que he tenido la oportunidad de lucir diferentes clases de polleras, desde basquiñas hasta polleras de gala; cada una tiene su encanto especial.
La pollera se constituye en las alas invisibles que transforman a la panameña en una mariposa que vuela al compás de los tambores y los acordeones. Es un cofre de tesoros, no solo por su riquísimo joyero, donde se encuentran verdaderas obras de arte de la orfebrería nacional y antiquísimas reliquias familiares en muchos casos, sino porque en cada mirada que damos encontramos una excelsa muestra de lo que son capaces de hacer las bendecidas e incansables manos de nuestros compatriotas. La pollera es una obra de maestría inestimable, con un dibujo en su labor en el que reinan las orquídeas y las rosas, los bejucos y los colibríes, todos en perfecta simetría, pasando por las trencillas de mundillos, cuyo tejido requiere de muchísima práctica en el manejo de los bolillos, para culminar con las puntadas zurcidas, marcadas, bordadas o el talco en sombra o al sol, con su punto Irene o medio Irene, que por muchos meses, y a veces años, son el objeto del trabajo de tantas mujeres de nuestra campiña y cuya perfección se observa en el revés de la tela, para consolidar el hecho de que cada una es una pieza única y especial.
Nuestra pollera es como una oda poética que rinde tributo a la patria, que la refleja tal cual es, llena de flores y de sueños, de riqueza y de religiosidad, de vaivenes y de olas de nuestros mares, cuyas espumas tienen semejanzas con los delicados encajes de las enaguas. La pollera es un recorrido en el tiempo, desde la época colonial, recordándonos nuestra herencia española hasta nuestros días, plenas todas de significado para cada familia que atesora en sus baúles una de estas piezas, ejemplo extraordinario del trabajo manual y artesanal.
La pollera es parte fundamental de nuestro bagaje cultural, de la vida de los pueblos, de la alegría de cada fiesta en nuestra tierra. La pollera tiene un encanto que brinda un halo de misterio y coquetería a cada mujer que la viste; deja oculto su cabello bajo los nidos de perlas de los tembleques, deja despejada su frente, coronada con peinetas de oro; roza la piel de la afortunada con sus encajes y sus lanas, y la llena de motivación para desplegar la falda y bailar al ritmo del violín y de la caja. Nadie puede resistirse a sus encantos, nadie puede negarle el privilegio de constituir el traje típico de mayor lujo y laboriosidad en el mundo. Es el vestido de la majestad de la patria, el retablo perfecto de los colores de nuestra tierra, el reflejo armonioso de nuestro cielo lleno de estrellas y de nuestros mares, de arena y perla, es la paleta donde los artistas panameños dibujan la obra maestra del Creador.
Para mí la pollera es un tesoro, mi vida entera la he vestido, la he bailado, la he disfrutado, la recibí como parte del legado cultural de mis antepasados interioranos, y de igual manera procuro transmitir el amor por ella a quienes me suceden, a mis hijas, a quienes inculco todo el tiempo el amor por lo nuestro, como lo hizo mi madre conmigo. Pollera de mis amores, más allá de la tela y los colores, tienes en ti el palpitar de mi corazón, henchido de amor patriota, ahora y siempre. Que siempre tengamos un lugar especial para ti en nuestro calendario, que haya más días para poder lucirte con orgullo.
