El 2 de enero pasado me referí en un artículo publicado en este diario a la posibilidad de la construcción de un nuevo canal a través del territorio nacional, y propuse varias opciones de ubicación para ello, con el fin de dar respuesta a la incertidumbre que se genera cada año durante la temporada seca, la cual se exacerba año tras año y pone en peligro el normal funcionamiento de la vía acuática transístmica.
También expuse en dicho artículo el impacto que podría tener para el país la construcción de un nuevo canal, tanto en términos económicos como en la calidad de vida de la nación panameña en general. Además, mencioné una serie de beneficios para el desarrollo nacional que conllevaría la alternativa de una nueva ruta interoceánica a través del Istmo, gestionada por los panameños, y que eliminaría, de una vez por todas, todas las amenazas e intenciones extranjeras de arrebatarnos el canal bajo cualquier excusa o pretexto. (Véase en La Prensa, artículo del 2 de enero de 2025).
Hoy, escuchamos, vemos y leemos en todos los medios de comunicación el mensaje sin reparos del presidente de Estados Unidos y su gobierno, que toman acciones, dan instrucciones y reiteran amenazas con el objetivo de apropiarse públicamente de un bien ajeno: el Canal de Panamá. Esto ha generado en la esfera nacional nuevas e imperiosas razones que justifican de manera clara, indiscutible y contundente, el por qué un nuevo canal y no otro embalse.
Los planteamientos de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) suponen que, con la construcción de un embalse mediante la represa del río Indio, se almacenaría suficiente agua para mantener, en lo posible, el funcionamiento normal de la vía acuática durante los períodos de sequía, mediante un reservorio con capacidad para almacenar 1,500 millones de metros cúbicos de agua en un área de 4,600 hectáreas.
Según las informaciones publicadas, la cuenca del río Indio abarca un total de 580 km², área en la que se han asentado unas 231 comunidades que albergan a aproximadamente 2,000 habitantes. Estas personas verán afectadas sus vidas y su forma de vivir por el resto de sus días, al igual que todo el ecosistema de dicha cuenca.
Las consecuencias de crear un embalse en el siglo XXI son muy diferentes a las de hace 125 años, por diversas razones que no son objeto de este análisis, pero que, sin duda, son de suma importancia. Como ejemplo, y para poner en contexto a nuestros distinguidos lectores, citaré un par de ellas: el fenómeno del cambio climático, que no existía o no era reconocido a inicios del siglo XX; tampoco se tenía en cuenta el impacto ambiental sobre el ecosistema de los 452 km² que alberga el lago Gatún. Además, no se consideró de manera adecuada el desarraigo socioeconómico de las comunidades afectadas en aquella época, hoy conocidas como los “pueblos perdidos”, que han sido objeto de novelas y escritos patrios. En aquel entonces, la población era en su mayoría analfabeta y carecía de conocimiento sobre sus derechos. Tampoco se le dio un tratamiento justo a la entrega de la soberanía nacional a potencias extranjeras por más de un siglo, algo que hoy, aún, el gobierno de Donald Trump se atreve a reclamar como suyo.
Hoy, la realidad ambiental de la región y la condición socioeconómica de las comunidades afectadas son completamente distintas. En esta ocasión, el fenómeno del cambio climático se manifiesta con intensidad, algo que no ocurría cuando se construyó el embalse de Gatún ni en la década de los 70, cuando se construyeron los embalses de Bayano y Fortuna. Este fenómeno ya está afectando, y seguirá afectando, a todos los embalses nuevos que se construyan.
Además, existen normativas que exigen considerar todo el impacto ambiental que tendría el proyecto, lo que implicaría la desaparición bajo las aguas de 4,600 hectáreas de hábitat de una multitud de especies de flora y fauna de la región.
Sin embargo, la ACP sostiene que el embalse será un reservorio multipropósito, es decir, un área destinada al almacenamiento de agua para el funcionamiento del canal, así como para abastecer a la población circundante y satisfacer otras necesidades como producción, recreación, turismo, riego, entre otras. Pero, esta medida no liberaría al país de la continua y renovada intervención de actores externos, especialmente Estados Unidos, que sigue amenazando con la posibilidad de injerencias en nuestra soberanía, economía y seguridad.
Lo cierto es que este tipo de proyectos casi siempre tiene como propósito primario la generación de energía eléctrica, abastecer de agua a ciertas regiones o controlar inundaciones. En el caso de los embalses de Gatún y Alajuela, estos también sirven como reservorios para el funcionamiento del canal, y ahora también lo haría el del río Indio, que aún no tiene un nombre definido. Las demás actividades sugeridas en el planteamiento general, o nunca se desarrollan o lo hacen de manera muy limitada, y las expectativas de ejecución de dichas infraestructuras en el desarrollo nacional suelen ser pocas o incluso inexistentes. Al final, el producto primario de estos proyectos es realmente oneroso.
Como muestra, los lagos Gatún, Bayano y Fortuna son embalses prácticamente ociosos, desprovistos de otras actividades que contribuyan al desarrollo nacional. Solo cumplen con su función primaria o base. El caso de Bayano es aún más grave: ni siquiera su agua es utilizada para satisfacer las necesidades de la región este del país, que lucha por sobrevivir en condiciones precarias.
En el artículo citado del 2 de enero ya expuse una serie de beneficios y posibilidades positivas para el desarrollo nacional que podría implicar cambiar la estrategia de construir un nuevo embalse por la de construir un nuevo canal, utilizando solo el agua que ya tenemos en nuestros mares. De esta manera, desde el punto de vista ambiental, una nueva infraestructura transístmica estaría libre de las manifestaciones del cambio climático, de los fenómenos de El Niño y La Niña, y, desde el punto de vista geopolítico, se tendría un proyecto libre de injerencias extranjeras, ya que el canal sería un bien de los panameños, sin posibilidad de reclamos necios, absurdos, irrespetuosos e infundados, como los que actualmente hace Donald Trump o cualquier otro actor en el futuro.
El autor es abogado y urbanista.
